Mi fuerza eres Tú Señor

A veces llegan momentos en los cuales no podemos hacer nada porque no contamos con fuerzas, pero Dios en su infinita misericordia nos da las fuerzas que necesitamos y nos sostiene. Es en esos instantes de debilidad, cuando sentimos que no tenemos ánimo ni para dar un paso más, que la gracia del Señor se manifiesta con mayor poder. Él renueva nuestro ser interior y nos levanta con su amor eterno, recordándonos que no dependemos de nuestras capacidades humanas, sino de su ayuda sobrenatural.

Todo lo que podemos lograr es porque Dios nos ayuda y nos aumenta la sabiduría y las fuerzas para que podamos avanzar en sus caminos. Si hoy podemos respirar, caminar, trabajar y servir, es gracias a la bondad de Dios. Por eso debemos dar gracias por todo lo que Él hace en nosotros y reconocer que nada es fruto exclusivo de nuestro esfuerzo. Alabar su santo y bendito nombre no solo es un deber, sino una respuesta natural a la fidelidad de un Dios que nunca falla.

Nuestra fuerza viene del Señor. Créelo con convicción. El salmista lo entendió y lo expresó en múltiples ocasiones. Cuando enfrentaba batallas, persecuciones y momentos de angustia, nunca dejó de clamar al Señor. Esa confianza lo sostuvo en medio de situaciones que parecían imposibles. Nosotros también podemos apropiarnos de esa verdad y declarar que el Dios de David es nuestro Dios, el mismo que ayer, hoy y por los siglos permanece fiel.

Por esta razón citaremos un versículo del libro de los Salmos que nos habla acerca de los momentos difíciles que vivió el escritor y de cómo pedía fortaleza a Dios. Él sabía que el Señor le escucharía y que es el único que puede darnos la fortaleza que necesitamos en tiempos de aflicción.

Jehová es mi fortaleza y mi escudo; En él confió mi corazón,
y fui ayudado, Por lo que se gozó mi corazón,
Y con mi cántico le alabaré.

Salmos 28:7

Aquí vemos claramente al salmista David reconociendo que Dios era su escudo y su fortaleza. David no confiaba en su experiencia como guerrero, ni en sus recursos, ni en el apoyo de los hombres. Su seguridad estaba puesta en Jehová. Por eso, aun en medio de las batallas más intensas, su corazón podía alegrarse y levantar cánticos de alabanza. Él comprendía que la verdadera victoria venía de Dios.

No todo el mundo tiene esta actitud de depender del Señor. Muchos creen que con sus propias fuerzas pueden superar cualquier situación, pero tarde o temprano descubren su fragilidad. El hombre sin Dios se cansa, se rinde y pierde esperanza. En cambio, el que confía en Jehová recibe nuevas fuerzas como las águilas, corre y no se cansa, camina y no se fatiga, tal como lo declara Isaías 40:31. Esa es la diferencia entre quienes confían en sí mismos y quienes confían en el Señor.

Miremos con atención las palabras de David: “En él confió mi corazón, y fui ayudado”. Esa confianza no era superficial, sino profunda, nacida de la experiencia de ver la mano de Dios obrando una y otra vez en su vida. Había peleado contra gigantes, había huido de enemigos, había experimentado persecuciones, pero en todas esas situaciones reconoció que la ayuda del Señor fue lo que lo mantuvo en pie. Esa misma ayuda está disponible para nosotros hoy.

El gozo que David expresa en este salmo no es un simple optimismo humano, sino un gozo espiritual que brota de experimentar el poder de Dios. Él dice: “Por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré”. Aquí encontramos una enseñanza práctica: cuando Dios nos ayuda, nuestra respuesta debe ser adoración. No basta con recibir su ayuda y seguir adelante como si nada, debemos reconocerlo públicamente y elevar un cántico de gratitud.

Así como este hombre confiaba plenamente en Dios con todo su corazón, nosotros también debemos confiar. No pongamos nuestra esperanza en lo pasajero ni en lo que puede fallar, sino en el Dios eterno que nunca cambia. Creámoslo con firmeza: Dios es nuestro amparo y fortaleza eterna. Cuando la vida nos derriba, Él nos levanta; cuando nos sentimos solos, Él nos acompaña; cuando pensamos que ya no hay salida, Él abre un camino en el desierto.

En conclusión, la fortaleza que necesitamos no proviene de nosotros mismos, sino del Señor. La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que reconocieron su debilidad y acudieron a Dios, y en todos los casos encontraron ayuda. Que nuestro corazón también confíe, que nuestra boca alabe y que nuestra vida refleje la fe en un Dios que es escudo y fortaleza para quienes se refugian en Él.

Tu amor nos sostiene y nos alumbra
Un testigo fiel de la grandeza de Dios