La vida cristiana encuentra su fortaleza en la presencia de Dios. No hay mayor seguridad, mayor paz ni mayor descanso que el sabernos acompañados por nuestro Creador en cada paso que damos. En un mundo lleno de incertidumbre, temores y pruebas, los hijos de Dios podemos estar confiados en que Su presencia poderosa nos sostiene. La promesa de Dios es clara: nunca nos dejará solos, siempre estará con nosotros para guardarnos, dirigirnos y darnos descanso. Por eso, si permanecemos bajo Su presencia, jamás seremos vencidos, pues el Todopoderoso camina a nuestro lado.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en la vida de Moisés. La Escritura nos muestra cómo Moisés fue un hombre que caminó bajo la poderosa presencia de Dios. No fue su propia capacidad, ni su fuerza, ni su sabiduría humana lo que le permitió cumplir con una misión tan grande como guiar al pueblo de Israel fuera de Egipto, sino la constante compañía del Señor. Dios estaba con él en cada momento: lo fortalecía, le daba palabras de sabiduría, lo capacitaba para enfrentar a sus enemigos y lo sostenía en medio de las dificultades.
La presencia de Dios era tan especial en la vida de Moisés que el mismo Dios hablaba directamente con él. La Biblia nos relata que Dios se manifestó de múltiples maneras: en la zarza ardiente, en el monte Sinaí, en la columna de nube y en la columna de fuego. Todo esto era evidencia de que el Altísimo estaba respaldando su vida y su liderazgo. Moisés llegó a comprender que sin la presencia de Dios no valía la pena avanzar, que nada tendría sentido si el Señor no caminaba delante de él y de su pueblo.
De igual manera, nosotros hoy debemos aprender a valorar y a buscar la presencia de Dios en cada aspecto de nuestra vida. No podemos pretender caminar solos ni guiarnos por nuestra propia prudencia. Necesitamos a diario la gracia y el poder de Dios que nos lleva de la mano, que ilumina nuestro camino y que nos sostiene frente a la adversidad. Reconocer que dependemos de Él nos ayuda a ser humildes y a vivir confiados en que jamás estaremos desamparados.
Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.
Éxodo 33:14
Este pasaje es una de las promesas más hermosas de la Escritura. Moisés había expresado que no deseaba dar un solo paso sin la presencia de Dios, y en respuesta, el Señor le aseguró: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Qué maravillosa certeza: no solo que Dios nos acompaña, sino que en esa compañía encontramos descanso, paz y fortaleza. Estas palabras son también para nosotros hoy, porque el mismo Dios que caminó con Moisés es el que está dispuesto a caminar con cada uno de sus hijos.
Cuando la presencia de Dios está con nosotros, no importa cuán grandes sean las dificultades, porque en Él hallamos refugio y seguridad. Caminamos sin temor, sabiendo que el Señor pelea por nosotros y nos sostiene. Pero si esa presencia se aparta, el corazón se llena de preocupación, de angustia y de vacío. La diferencia entre una vida en victoria y una vida en derrota está en si caminamos o no bajo la presencia divina.
Por esta razón, es necesario que cada día clamemos al Señor para que Su presencia vaya con nosotros. Que no demos por sentado ese privilegio tan glorioso, sino que lo valoremos como la mayor riqueza. Pidamos al Espíritu Santo que nos guíe en cada decisión, que sea Él quien tome el control de nuestros pasos y que nunca nos deje solos. Cuando Su presencia está con nosotros, todo cambia: hay paz en medio de la tormenta, gozo en medio de la tristeza y victoria en medio de la batalla.
Conclusión: La presencia de Dios es la garantía de que no seremos vencidos. Así como Moisés entendió que no podía avanzar sin la compañía del Señor, nosotros también debemos depender enteramente de Él. No hay seguridad ni descanso fuera de Su presencia. Que cada día podamos buscarla con fervor, apreciarla con gratitud y caminar confiados en que el Dios Todopoderoso está con nosotros. Si Su presencia nos acompaña, nada nos podrá derrotar, porque en Él tenemos victoria y descanso eterno.