Pide a Dios sin desesperación

Cuando pidas a Dios, recuerda siempre que Él llega en el momento justo, no cuando tú lo determines ni cuando tu corazón impaciente lo reclame. Él es el Señor soberano que conoce todas las cosas, desde lo más profundo de tu ser hasta los detalles de tu futuro. Muchas veces deseamos que nuestras oraciones sean respondidas inmediatamente, pero el tiempo de Dios nunca llega antes ni después, siempre es perfecto. Entender esto nos libra de la frustración y nos ayuda a descansar en su fidelidad.

Si tomamos decisiones apresuradas, corremos el riesgo de pecar contra Dios, porque actuamos basados en nuestra voluntad y no en la suya. El creyente debe aprender a esperar en el Señor, incluso cuando todo parezca silencioso o cuando el corazón arda de deseos por una respuesta. Si ya has pedido, ahora espera. Dios no se tarda, Él no olvida tus oraciones. Simplemente, sabe cuándo actuar y lo hace en el momento exacto que traerá más bendición a tu vida y más gloria a su nombre. Por eso no le pongas fecha a Dios ni condiciones humanas, porque eso sería querer someter su soberanía a nuestra limitada visión.

Si es Dios quien pone la fecha, entonces su palabra se cumplirá, sin importar la oposición ni las circunstancias. Cuando el Señor ha determinado algo, nada lo puede detener. Él es Dios y a Él debemos obedecer y confiar, aun cuando nuestra lógica no alcance a comprender lo que está sucediendo. La verdadera fe se expresa en la confianza, en ese esperar tranquilo sabiendo que la mano poderosa del Señor está actuando aunque no podamos verla.

Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

Mateo 7:8

Estas palabras de Jesús a sus discípulos son sumamente alentadoras. Nos recuerdan que nuestras oraciones no caen en saco roto. Cuando pedimos, recibimos; cuando buscamos, hallamos; y cuando llamamos, la puerta se abre. No es una promesa vacía, sino la declaración del mismo Hijo de Dios, que nos anima a acercarnos confiadamente al Padre. Saber que el Señor escucha y responde debería darnos paz, aunque la respuesta no siempre sea la que esperamos ni llegue en el tiempo que imaginamos.

Por eso es tan importante mantenernos cerca de Dios. En todo lo que hagamos, busquemos al Señor. Estar más cerca de Él es siempre lo mejor, porque separados de Él nada somos, nada podemos lograr y ninguna victoria es verdadera. La vida cristiana solo tiene sentido si permanecemos en Cristo, y esa permanencia nos da la seguridad de que cada oración será escuchada y contestada de acuerdo a su plan eterno.

No obstante, también debemos considerar la actitud con la que pedimos. No podemos acercarnos a Dios con exigencias, cuestionándolo o pretendiendo que Él haga lo que nosotros queremos. Pedir a Dios debe hacerse con paz, paciencia y humildad de corazón. Orar con soberbia o con enojo es una trampa que solo nos aleja de la verdadera comunión con Él. Recordemos siempre que Dios es soberano y que nuestras súplicas deben estar sometidas a su voluntad perfecta.

Cuando pedimos de buena manera, con mansedumbre, incluso en medio de la desesperación, demostramos nuestra confianza en su fidelidad. Aun si sientes que las fuerzas te faltan, ora con calma, sabiendo que en el momento exacto el Señor se levantará a tu favor. Él no permitirá que el justo caiga para siempre, ni lo dejará morir en sus pruebas. Al contrario, el Señor vendrá en tu socorro, levantará tu espíritu y renovará tus fuerzas para seguir adelante.

No dudes, porque esa puerta que parece cerrada se abrirá cuando llegue el tiempo de Dios. Recibirás cuando pidas de corazón, encontrarás cuando lo busques con sinceridad, y verás las respuestas cuando llames con perseverancia. La clave está en pedir conforme a su voluntad, buscando primero su reino y su justicia, y entonces todas las demás cosas serán añadidas. Confiemos en su tiempo perfecto, porque el Dios que prometió responder, nunca falla.

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