La vida cristiana es un caminar constante en el que debemos sostenernos de la mano de Dios. Aferrarnos a Él cada día nos asegura permanecer firmes en medio de las luchas y tentaciones que el mundo nos presenta. Su poder y gracia son suficientes para sostenernos, y la Palabra de Dios nos recuerda que sin Él nada podemos hacer. El Señor nos fortalece en los momentos de debilidad, y nos da la capacidad de vencer al pecado cuando depositamos nuestra confianza en su guía.
Es bueno que cada día nos aferremos a nuestro Dios grande y poderoso, Él nos puede ayudar a que no pequemos, recordemos que Él es nuestro ayudador y que sin Él nada podemos hacer.
Dios nos ayuda a que nuestras vidas sigan hacia adelante, pero tenemos momentos en que el enemigo busca la forma para que pequemos contra Dios.
Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios,
no practica el pecado,
pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda,
y el maligno no le toca.
1 Juan 5:18
La Biblia nos enseña claramente que aquellos que hemos nacido de nuevo en Cristo no practicamos el pecado. Esto no significa que no fallemos, sino que no vivimos una vida de pecado deliberado. La gracia de Dios nos cubre y su Espíritu Santo nos redarguye, guiándonos hacia la santidad. El Señor nos guarda y nos protege del maligno, mostrándonos que en Él siempre hay victoria. Por esta razón, los hijos de Dios se diferencian del mundo, porque su vida ha sido transformada y renovada por el poder del Evangelio.
Sí. Tenemos muchas personas que pecan deliberadamente y que no retroceden sino, que siguen haciendo daño a todo aquel que encuentren en sus caminos, mas estas personas tendrán su recompensa.
Pero nosotros que tenemos al Señor no ponemos pecar ni hacer maldad, ni practicar tales cosas que no son agradables ante los ojos de Dios, pero todo aquel que se ha apartado del mundo y de sus deseos es una persona diferente, porque Dios trajo a su vida cosas nuevas las cuales le ayudarán en su caminar.
Sabemos que somos de Dios,
y el mundo entero está bajo el maligno.
1 Juan 5:19
El apóstol Juan nos recuerda una gran verdad: el mundo entero está bajo el maligno. Esto significa que la cultura, las filosofías humanas y las prácticas alejadas de Dios muchas veces buscan apartarnos de la verdad. Sin embargo, los que somos de Dios vivimos en una dimensión distinta, porque nuestra vida está bajo el cuidado y dirección del Creador. Somos llamados a no conformarnos a este mundo, sino a renovar nuestro entendimiento para hacer la voluntad de Dios, la cual es buena, agradable y perfecta.
Cada día debemos guardar sus Palabras, porque si guardamos sus Palabras en nuestros corazones, el maligno no tendrá cabida ni provocará daños en nuestro interior, pero sabemos que los que somos de Dios nos cuidamos de todo mal, y también sabemos que el mundo entero está bajo el dominio del maligno.
Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido,
y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero;
y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.
1 Juan 5:20
Cristo vino al mundo no solo para salvarnos, sino también para darnos entendimiento. El ser humano vive muchas veces engañado por filosofías vacías, pero la luz de Cristo abre nuestros ojos y nos permite conocer al Dios verdadero. En Jesús encontramos no solo perdón, sino también la verdad que nos hace libres. Él es la vida eterna y la garantía de que nuestro caminar en esta tierra no termina aquí, sino que tenemos una esperanza gloriosa junto a Él.
Dios ha venido para que todos tengamos salvación y vida eterna, el Señor mandó su hijo para que todos entendamos que Dios nos ama y que su sacrificio no fue en vano, sino para que todo el que está bajo el engaño del maligno pueda abrir los ojos y dejar las tinieblas para caminar bajo la luz del Dios Todopoderoso.
En conclusión, debemos tener presente cada día que somos de Dios y que nuestra vida está asegurada en Cristo. Vivimos en un mundo lleno de maldad, pero nuestra confianza está en Aquel que venció al maligno en la cruz. Guardemos su Palabra en el corazón, permanezcamos firmes en la fe y recordemos que en Jesús tenemos vida eterna. Su amor es nuestra fortaleza y su verdad nuestro refugio. Caminar bajo la luz de Dios es la mayor bendición que un ser humano puede experimentar, y esa debe ser nuestra meta diaria: vivir en santidad y perseverar hasta el fin.