Señor, vengo a Ti porque mi espíritu desfallece, cuando no tengo fuerzas clamo a Ti porque sé que no me rechazarás, porque sé que no me darás un NO como respuesta, Tú me darás fuerzas para que yo pueda continuar.
Oro a Ti porque solo Tú Señor me haces sentir más que confiado, porque cuando voy a Ti recibo nuevas fuerzas, no me canso de clamar, de dar gracias porque Tus bendiciones llegan hacia mí en el momento preciso.
Cuando por la mañana me levanto recurro a Ti, me inclino y Te doy las gracias porque siempre estás conmigo, porque cuando a Ti te invoco me siento bien, porque Tus ojos me miran desde los cielos, en acción de gracias canto nuevas canciones para Ti, cantando salmos a Ti inicio mis mañanas, porque Tú eres Dios único y verdadero.
¿Podemos decir lo mismo que el salmista David decía estando tanto en las malas como en las buenas? Claro que sí, podemos orar sin cesar, poniendo al Rey de reyes y Señor de señores delante de nosotros, reconociendo cada día que sin Su ayuda nosotros somos nada.
El salmista David pedía ayuda al Señor porque sabía que Dios era el único que le podía ayudar, en su día a día, en medio de los peligros, en los campos y donde quiera que había peligro, pues ahí estaba Dios.
Mas tú, Jehová, no te alejes; Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.
Salmos 22:19
En el versículo anterior vemos al salmista pidiendo a Dios no alejarse de él, y lo vemos desesperado por la ayuda de Dios. Aunque David hace esta petición y humanamente se sentía desesperado, en el fondo él sabía que Dios no lo iba a dejar y que esa ayuda iba a llegar.
Es bueno que actuemos con gran sabiduría, que oremos no solo en tiempos malos por fortaleza, sino que siempre estemos dispuesto a ir humillados delante de Dios.
La oración constante es una de las mayores demostraciones de fe, porque nos recuerda que nuestra fortaleza no está en lo que vemos ni en lo que podemos lograr con nuestras fuerzas, sino en el Dios que nos sostiene con Su mano poderosa. Cada vez que doblamos nuestras rodillas o elevamos un clamor desde lo más profundo del corazón, declaramos que nuestra esperanza está puesta en Aquel que nunca falla. Y aunque los problemas sean grandes, aunque parezca que la carga es demasiado pesada, al levantar nuestra voz en oración sentimos cómo se aligera el peso, porque Dios mismo lo toma y nos da reposo.
No olvidemos que la fortaleza que viene de Dios no siempre se manifiesta en que los problemas desaparezcan de inmediato, sino en que nuestro corazón es renovado y fortalecido para enfrentarlos. El Señor nos da paz en medio de la tormenta, esperanza en medio del dolor y confianza cuando todo a nuestro alrededor parece inseguro. Así como David clamaba en su angustia y encontraba alivio en la presencia de Dios, nosotros también podemos hacerlo y experimentar esa misma fortaleza que viene del cielo.
Por eso es fundamental orar en todo tiempo: en la mañana al levantarnos, al caminar, en medio de nuestras tareas, al caer la tarde y antes de dormir. La oración no debe ser solo un recurso de emergencia cuando sentimos que ya no podemos más, sino un hábito de vida que nos conecta permanentemente con nuestro Creador. Si oramos solo en las dificultades, limitamos el poder de la comunión diaria con Dios. Pero si hacemos de la oración un estilo de vida, descubriremos que Él fortalece nuestro espíritu en todo momento.
Recordemos las palabras de Filipenses 4:6-7: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Esa promesa es real y sigue vigente. Cada oración que elevamos, cada palabra sincera que dejamos salir de nuestro interior, llega al oído del Padre, y Él responde con Su paz incomparable.
Así que, no desmayemos en nuestro clamor. Cuando nuestro espíritu desfallezca, vayamos a la presencia de Dios. Cuando la angustia nos rodee, corramos a Sus brazos. Cuando la tentación quiera vencernos, invoquemos Su nombre. Y cuando la alegría llene nuestro corazón, no olvidemos agradecer y cantar nuevas canciones a Su gloria. Porque la vida del cristiano se sostiene en la oración, y a través de ella recibimos nuevas fuerzas cada día. Oremos siempre, confiemos siempre, y veremos cómo el Señor responde con fidelidad.