Si no fuera por Su gracia y por Su amor, no estaríamos aquí respirando este aire tan suave que nos acaricia. Cada suspiro que damos es un recordatorio de que nuestro Dios nos concede el privilegio de vivir un día más bajo Su misericordia. Aun en los momentos en que no somos conscientes, Su mano nos sostiene, y es gracias a Su bondad que tenemos fuerzas para levantarnos, caminar y seguir adelante. Cada respiro es un regalo divino que nos recuerda que dependemos de Él.
Él es quien transforma nuestra vida diaria, trayendo paz en medio de la tormenta y gozo en medio de la angustia. Aunque los problemas rodeen nuestro corazón, la luz de Dios ilumina nuestro camino, disipa las tinieblas y hace brillar todo nuestro entorno. Él es la fuente de toda esperanza y la razón de nuestra gratitud. Debemos aprender a detenernos un momento y reflexionar: ¿Cuántas veces hemos sido fortalecidos por Su presencia sin siquiera notarlo? Este es nuestro Dios, digno de toda alabanza, al cual debemos agradecer siempre por Su amor infinito y Su misericordia inagotable.
¿Cómo no estar agradecidos por Su fidelidad? Sin embargo, es importante entender que no solo debemos agradecer por lo que Él hace en nuestra vida cotidiana, sino principalmente por quién es Él. Dios no merece nuestra gratitud únicamente porque nos ayuda en nuestras necesidades o porque endulza nuestros días con bendiciones, sino porque es el Creador del cielo y de la tierra, el Autor de nuestra existencia y de todo lo que nuestros ojos contemplan. Él es el Guardador de todas las cosas, el Omnipotente, el Sublime y el Magnífico. Nada existe fuera de Su control, y es Su mano poderosa la que nos guarda y preserva día tras día.
1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
4 Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.
6 Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.
Génesis 1:1-6
La grandeza de este pasaje nos recuerda el inicio de todo. Dios, con Su sola voz, creó lo que no existía y estableció orden en medio del caos. Si meditamos en esto, comprenderemos que Su poder es tan majestuoso que basta Su palabra para transformar lo que está desordenado en armonía perfecta. Así como hizo con la creación, también lo hace con nuestras vidas: aquello que está vacío, Él lo llena; aquello que está oscuro, Él lo ilumina; aquello que parece sin forma, Él lo ordena y lo convierte en algo bueno.
Solo por esta obra grandiosa de la creación ya tenemos suficiente motivo para agradecer y glorificar Su Santo Nombre. El simple hecho de poder ver el sol cada mañana, de respirar aire puro, de contemplar los cielos, las montañas, los ríos y el mar, nos recuerda que todo fue hecho por Él y para Él. La vida misma es un regalo que debemos valorar, porque no la merecemos, pero en Su gracia Él nos la concede. Cada bendición que disfrutamos —la familia, la salud, el alimento, el descanso— es parte de esa provisión divina que nos fue entregada desde el principio.
Hermanos, aprendamos a vivir agradecidos. La gratitud es una actitud que abre nuestro corazón para ver las maravillas de Dios y para reconocer que dependemos enteramente de Él. No miremos solo nuestras necesidades, aprendamos a ver lo que ya tenemos y demos gracias por ello. Como dice el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 5:18: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.
Así que, glorifiquemos siempre al Señor, no solo por lo que hace, sino por lo que es: nuestro Creador, nuestro Sustentador, nuestro Dios eterno. Vivamos con gratitud, porque estar vivos y disfrutar de Sus bendiciones es un regalo incalculable de Su amor.