El único pecado imperdonable

La Biblia es muy clara: ella es Palabra de Dios, y sus palabras son fieles y verdaderas porque provienen de nuestro Creador. No estamos hablando de un libro cualquiera, sino del mensaje inspirado por el Espíritu Santo que guía, corrige, instruye y da vida. Es la revelación de Dios a los hombres, por lo cual debemos acercarnos a ella con reverencia y obediencia.

Por eso es bueno que no seamos irrespetuosos, ni que hablemos a la ligera de las cosas sagradas, ni que nos atrevamos a opinar de Dios con ligereza o sin conocimiento. Hablar de nuestro Señor sin freno en la boca puede llevarnos a pecar gravemente, porque nuestras palabras tienen peso delante de Él. La Escritura advierte que de toda palabra ociosa daremos cuenta en el día del juicio. Y entre todos los pecados que un hombre puede cometer, hay uno que la Biblia señala como imperdonable: la blasfemia contra el Espíritu Santo.

¿Cuál es este pecado del que habla Jesús? Es el blasfemar contra el Espíritu Santo. Veamos lo que dice la Palabra:

Hermanos, este pasaje nos llama a tener mucho cuidado con lo que decimos y aún con lo que pensamos respecto a Dios y al Espíritu Santo. No debemos tomar a la ligera las cosas espirituales, ni ridiculizar lo que Dios hace, ni atribuir a lo impuro lo que proviene de su Santo Espíritu. La falta de discernimiento, mezclada con la irreverencia, puede llevar a muchos a tropezar en este pecado tan grave. Por eso, guardemos sumo respeto, y antes de hablar o juzgar algo, pidamos discernimiento al Señor.

Es necesario también pedir entendimiento y sabiduría para no caer en errores de juicio. La Escritura nos exhorta a no apagar al Espíritu, a no entristecerlo, y mucho menos a blasfemar contra Él. El Espíritu Santo es quien convence de pecado, quien regenera, quien guía a toda verdad y quien sella a los creyentes para el día de la redención. Oponerse a Él de manera deliberada es cerrarse a la única puerta de salvación que tenemos en Cristo Jesús.

Así que vivamos con reverencia delante de Dios, cuidando nuestras palabras y pensamientos. Recordemos que la vida cristiana no es solo de obras externas, sino también de actitudes internas. El respeto y el temor santo hacia Dios y su Espíritu deben gobernar nuestra vida diaria. Que cada día podamos pedirle al Señor un corazón humilde, sabio y obediente, para honrar al Espíritu Santo y jamás acercarnos a ese pecado imperdonable. De esta manera, permaneceremos seguros en la gracia de Dios y firmes en la verdad de su Palabra.

Elías resucita un niño
La paga del pecado es muerte