Cuando ya no hay fuerzas, cuando crees que todo terminó, debemos tener plena confianza en que Dios es quien nos ciñe de fuerza, porque en Él podremos ser levantados tan alto como el águila. Esta metáfora bíblica de las alas del águila nos recuerda que, así como el ave remonta vuelo por encima de las tormentas, así también el creyente puede elevarse por encima de las pruebas y dificultades de la vida si su confianza está puesta en el Señor.
Dios es quien nos da esa fuerza, nos ayuda a continuar día tras día, esa fuerza con la cual podemos vencer toda debilidad que quiera apoderarse de nuestro ser. Por eso debemos confiar en Él, creer en que todo es posible en Él. No se trata de un optimismo vacío ni de una fuerza que provenga de nuestro propio interior, sino de la fortaleza divina que se derrama sobre el corazón que depende plenamente de Dios. El apóstol Pablo afirmó: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), mostrando que las capacidades humanas alcanzan su plenitud solo en la dependencia de Cristo.
33 Dios es el que me ciñe de fuerza, Y quien despeja mi camino;
34 Quien hace mis pies como de ciervas, Y me hace estar firme sobre mis alturas;
35 Quien adiestra mis manos para la batalla, De manera que se doble el arco de bronce con mis brazos.
2 Samuel 22:33-35
En los versículos anteriores David expresa un cántico de liberación, que es como dar gracias a Dios por la obra maravillosa hecha en la vida del salmista. No era un hombre perfecto ni libre de errores, pero entendía profundamente que sus victorias no se debían a su ingenio, a su fuerza militar o a su liderazgo, sino a la gracia de Dios que lo acompañaba. Por eso este hombre agradece a Dios a través de cánticos de alabanzas, reconociendo que toda gloria pertenece al Señor.
David dice lo siguiente en estos versos: que es Dios quien le ciñe de poder, dando a entender que sin Dios nada pudiera hacer, porque sus fuerzas venían de Dios solamente. Esta declaración de dependencia absoluta debería ser también nuestra confesión diaria. Muchas veces pensamos que tenemos control de todo, que nuestra preparación, inteligencia o esfuerzo son suficientes. Sin embargo, llega el momento en que la vida nos demuestra lo contrario, y entonces recordamos que solo en Dios encontramos la verdadera fortaleza que sostiene el alma.
El pasaje también compara los pies de David con los de las ciervas, animales ágiles que se mueven con firmeza en terrenos escarpados. Así es la vida del creyente: muchas veces caminamos sobre terrenos peligrosos y resbaladizos, pero es Dios quien nos mantiene firmes, quien nos permite no caer en el abismo y nos guía paso a paso en medio de las dificultades. Estar “sobre las alturas” representa alcanzar un nivel de seguridad y confianza que solo proviene de la comunión con Dios.
Del mismo modo, cuando David afirma que Dios adiestra sus manos para la batalla, está reconociendo que su preparación no es fruto exclusivo del entrenamiento militar, sino de la dirección divina. En la vida cristiana también enfrentamos batallas, no necesariamente físicas, pero sí espirituales, emocionales y morales. Necesitamos que Dios fortalezca nuestras manos, que nos prepare para resistir la tentación, enfrentar la adversidad y perseverar en la fe. Es Él quien nos capacita para resistir y seguir adelante.
Dios es quien nos hace estar firmes en las alturas, nos da firmeza y fortaleza, nos fortalece para la batalla, nos prospera día tras día. No se trata de prosperidad meramente material, sino de la prosperidad espiritual que llena nuestra vida de paz, gozo y esperanza. Aunque el mundo pueda ofrecernos seguridades pasajeras, solo Dios puede darnos estabilidad verdadera, pues Él es roca eterna en medio de un mundo inestable y cambiante.
Quién como este hombre, David, que sabía dar gracias a Dios por la obra poderosa que Dios hacía en su vida. Toda su confianza estaba depositada en el Señor. En medio de sus victorias celebraba a Dios, y en medio de sus derrotas corría a Él en arrepentimiento. De esta manera nos enseña que nuestra vida entera, con aciertos y errores, debe estar marcada por la confianza en que Dios es nuestro sustento. Cuando aprendemos a depender de Él en todo, descubrimos que su poder se perfecciona en nuestra debilidad y que, aun cuando pensamos que no podemos más, su gracia siempre es suficiente.