Dos grandes mandamientos

Los mandamientos dados por el Señor a Moisés fueron claros, pero en el pueblo de Israel, muchos no cumplían con estos mandamientos y es por eso que en ocasiones venía juicio de Dios hacia el pueblo.

Por eso debemos obedecer las leyes de nuestro Dios todo el tiempo, hasta que llegue el gran día en que nos reunamos con Él.

En el libro de Marcos capítulo 12 en sus versos del 29 al 31, vemos a Jesús hablando de dos grandes mandamientos:

Y el Segundo mandamiento es amar al prójimo como a nosotros mismos, y termina diciendo, que no hay mandamiento mayor que éstos. Así que, cumplamos con lo que Dios ha puesto delante de nosotros.

Cuando analizamos estos dos mandamientos entendemos que Jesús resumió toda la ley y los profetas en un principio fundamental: el amor. Amar a Dios y amar al prójimo no son sugerencias, son pilares de la vida cristiana. En el Antiguo Testamento se entregaron más de seiscientos mandamientos al pueblo de Israel, pero Jesús los condensó en dos porque sabía que, si el amor gobierna el corazón, lo demás se cumplirá de manera natural.

El primer mandamiento nos llama a amar a Dios con todo nuestro ser. Esto significa que no se trata de un amor superficial o limitado a ciertos momentos, sino un amor integral que abarca mente, alma, corazón y fuerzas. En la práctica, esto se refleja en poner a Dios en primer lugar en nuestras decisiones, en apartar tiempo para orar, en estudiar Su Palabra y en vivir en obediencia a lo que Él manda. Amar a Dios es reconocer que sin Él no somos nada, y que en Él encontramos propósito y plenitud.

El segundo mandamiento nos invita a amar al prójimo como a nosotros mismos. Este es uno de los retos más grandes de la vida cristiana, porque implica salir del egoísmo y ver las necesidades de los demás. Jesús nos enseña que no podemos decir que amamos a Dios si despreciamos al prójimo, porque el amor a Dios se refleja en el amor hacia los demás. Perdonar, ser compasivos, ayudar al necesitado y tratar a todos con respeto son manifestaciones de ese amor que Dios espera de nosotros.

Si revisamos la historia del pueblo de Israel, vemos que muchas veces fallaron en cumplir estos mandamientos. Se dejaron llevar por la idolatría, la injusticia y el egoísmo, y por eso recibieron disciplina de parte de Dios. Sin embargo, cada vez que se arrepentían, Dios volvía a extender Su misericordia. Esto nos enseña que el Señor no busca perfección absoluta, sino corazones obedientes y dispuestos a caminar en Sus caminos.

En el contexto actual, cumplir estos mandamientos también nos protege de caer en una religiosidad vacía. No se trata solo de asistir a la iglesia o de repetir palabras bonitas, sino de vivir con coherencia. Un cristiano verdadero ama a Dios en privado y en público, y demuestra ese amor en cómo trata a su familia, a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo e incluso a quienes le hacen daño. Ese es el verdadero evangelio en acción.

Recordemos además que Jesús mismo es el ejemplo perfecto de estos mandamientos. Él amó al Padre con obediencia hasta la muerte en la cruz, y amó a la humanidad entregando Su vida en sacrificio. Seguir Sus pasos es el mayor desafío, pero también la mayor bendición, porque cuando amamos como Cristo amó, reflejamos la luz de Dios al mundo.

En conclusión, los mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo siguen vigentes y son la base de la vida cristiana. Cumplirlos no es una carga, sino un privilegio, porque a través de ellos podemos vivir en paz con Dios y en armonía con los demás. Si realmente amamos, no habrá espacio para el odio, la envidia o el rencor. Que cada día podamos recordar estas palabras de Jesús y aplicarlas con sinceridad en nuestra vida.

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