Ya sabemos cuáles son las obras de la carne, que consisten en todo aquello que desagrada a Dios, y también conocemos cuáles son los frutos del Espíritu, que reflejan el carácter de Cristo en nosotros. Ambos son opuestos: uno conduce a la muerte y el otro a la vida. Cada día debemos elegir a cuál de los dos caminos queremos inclinarnos. Esta no es una decisión ligera, sino que tiene consecuencias eternas. Por eso, la pregunta esencial es: ¿cuál elegimos? ¿Seguir en la carne que lleva a la condenación, o vivir en el Espíritu que nos conduce a la vida eterna?
El apóstol Pablo escribió a los Romanos sobre este contraste tan radical:
5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.
7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;
8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Romanos 8:5-8
Pablo comienza en el verso cinco estableciendo una diferencia clara entre los que piensan en las cosas de la carne y los que piensan en las del Espíritu. La mente es el campo de batalla donde se libra la lucha entre ambos reinos. Cuando una persona entrega sus pensamientos y deseos a las pasiones carnales, inevitablemente se aleja de Dios. Por el contrario, aquel que orienta su mente hacia lo eterno y espiritual recibe la vida que viene del cielo. Este principio nos enseña que lo que alimentamos en nuestro interior se manifestará en nuestra forma de vivir.
La Biblia establece que «el alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:20). Del mismo modo, Pablo recalca que ocuparse de la carne conduce a la muerte espiritual, porque la carne siempre se opone a la voluntad de Dios. En cambio, el ocuparse del Espíritu trae vida y paz. No se trata solo de una promesa futura, sino de una realidad presente: quienes viven en el Espíritu disfrutan de la paz de Cristo aun en medio de las tribulaciones, porque su confianza está puesta en Aquel que venció al mundo.
Ahora bien, es importante reconocer que vivir en el Espíritu no significa estar libres de lucha. A diario enfrentamos tentaciones, deseos y pensamientos que buscan arrastrarnos nuevamente a la carne. Sin embargo, la diferencia radica en a quién permitimos gobernar nuestra vida. Si el Espíritu Santo es quien nos guía, entonces tendremos victoria sobre esos deseos. Por eso Pablo enfatiza que los que son guiados por el Espíritu de Dios, esos son verdaderamente hijos de Dios.
Por otro lado, si somos cristianos de nombre pero seguimos practicando las obras de la carne, entonces nuestro caminar es en vano. Podemos aparentar religiosidad, asistir a la iglesia o incluso servir en algún ministerio, pero si en lo oculto vivimos en las pasiones carnales, no estamos agradando a Dios. El Señor no se complace en apariencias, sino en corazones transformados. Por eso debemos examinarnos cada día y pedir al Espíritu Santo que nos muestre en qué áreas aún necesitamos ser renovados.
Vivir según la carne es vivir esclavizados al pecado. En cambio, vivir según el Espíritu es vivir en libertad, en obediencia y en comunión con Dios. Es una vida que se caracteriza por el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estos frutos no se producen por esfuerzo humano, sino por la obra del Espíritu en el creyente que se rinde a su voluntad.
De manera que, si estás viviendo bajo los conceptos de la carne, este es el momento para volver al Señor. Él no rechaza a quien viene con un corazón arrepentido. Clama a Dios y pídele que te ayude a caminar según el Espíritu. Decide apartarte de todo aquello que alimenta la carne y dedica tiempo a lo que fortalece tu vida espiritual: la oración, la Palabra, la comunión con los hermanos y la obediencia a Dios.
Conclusión: Las obras de la carne conducen a la muerte y a la separación de Dios, mientras que vivir en el Espíritu nos otorga vida y paz. La elección está en nuestras manos, pero también es cierto que solo con la ayuda del Espíritu Santo podemos vencer los deseos carnales. Que nuestra oración diaria sea la misma de Pablo: vivir ocupados en lo espiritual, para que nuestra vida sea agradable al Señor y refleje que somos verdaderos hijos de Dios.