En días difíciles como los que vivimos, donde la incertidumbre y la angustia muchas veces golpean a la humanidad, es vital que nos alentemos los unos a los otros con palabras de esperanza. El desaliento quiere gobernar el corazón, pero el pueblo de Dios tiene un recurso poderoso e inagotable: la Palabra del Señor. En ella encontramos consuelo, fuerza y dirección, y es precisamente allí donde hallamos la seguridad de que nada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, dejó plasmado un mensaje de fe y seguridad para todos los creyentes que atraviesan tiempos de tribulación. Sus palabras resuenan hoy con la misma fuerza, recordándonos que el amor de Dios permanece inquebrantable y eterno:
35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 8:35-39
Estas palabras nos muestran con claridad que no hay situación que pueda romper el vínculo que Dios estableció con sus hijos por medio de Jesucristo. La tribulación no tiene poder, la angustia no puede consumirnos, ni la persecución, el hambre, la desnudez o la espada tienen la capacidad de cortar ese amor eterno. Pablo afirma con convicción que, aun cuando seamos contados como ovejas para el matadero, en Cristo somos más que vencedores.
¡Qué gloriosa certeza! No somos simples sobrevivientes de las adversidades, somos vencedores, y más aún, somos más que vencedores porque no vencemos en nuestras fuerzas, sino en el poder de Aquel que nos amó primero. Jesús ya triunfó en la cruz y su victoria es nuestra victoria. El amor de Dios nos cubre, nos sostiene y nos impulsa a mantenernos firmes incluso en medio de los momentos más oscuros.
Amados hermanos, ¡ni la muerte ni la vida podrán separarnos de Cristo! Ni las potestades espirituales, ni los acontecimientos presentes o futuros, ni las alturas ni las profundidades, absolutamente nada puede romper la unión que tenemos con Dios a través de Jesucristo. Este es el fundamento de nuestra fe, la roca firme sobre la cual podemos estar seguros sin importar las tormentas que se levanten a nuestro alrededor.
Cuando las noticias son desalentadoras, cuando la enfermedad toca la puerta, cuando las pruebas arrecian, recordemos estas promesas. Dios nos cuida como a niños recién nacidos en brazos de una madre. Su amor es protector, tierno y eterno. No hay comparación en este mundo para explicar lo profundo del amor divino. Por eso, aunque el mundo tiemble, el corazón del creyente puede permanecer en paz.
En medio de todo esto somos privilegiados, porque estamos en Cristo y cualquier cosa que suceda es ganancia para nosotros. El sufrimiento terrenal no se compara con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. El amor de Dios no solo nos acompaña, sino que nos transforma y nos prepara para estar un día eternamente en su presencia.
Por eso, hermanos, aprovechemos estos tiempos para alentarnos mutuamente, para orar unos por otros, para llevar palabras de esperanza y vida. Que no sea la desesperanza la que domine nuestro entorno, sino la fe viva en Jesucristo. Refugiémonos en la Palabra, fortalezcamos nuestro espíritu y mantengamos nuestros ojos fijos en Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.
Conclusión: Nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús. Que esta verdad sea nuestro escudo en las pruebas y nuestro gozo en los tiempos de paz. Sigamos firmes, animándonos y levantándonos unos a otros, sabiendo que el amor de Dios es eterno y que, pase lo que pase, somos más que vencedores en Aquel que nos amó. Amén.