Todos nosotros que conocemos la obra maravillosa de nuestro Señor Jesús somos testigos de las cosas que Dios hace con nosotros, porque hemos vivido y presenciado el poder y la presencia de Dios en nuestras vidas. No hablamos de teorías ni de simples historias, sino de experiencias reales donde su gracia nos ha sostenido, nos ha levantado y nos ha dado nuevas fuerzas. Cada testimonio es una evidencia de que Dios sigue obrando con poder en medio de su pueblo.
Hablamos de nuestro Dios, de lo bueno que Él ha sido con nosotros y de cómo su poder nos acompaña día tras día. Su fidelidad es infinita y poderosa; no falla, se mantiene y nos sostiene de pie aun cuando creemos que ya no podemos más. Los hombres pueden prometer y fallar, pero el Señor permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Esa fidelidad nos asegura que nunca estaremos solos y que, aunque pasemos por pruebas, su mano poderosa nos sostendrá.
Para que nosotros seamos testigos de este poder tan especial, debemos estar dentro de los caminos maravillosos del Señor. Solo quienes caminan con Cristo pueden experimentar de primera mano la hermosura de su amor, la grandeza de su misericordia y la paz que sobrepasa todo entendimiento. Apartados de Él, no podríamos ver su gloria ni disfrutar de la plenitud de vida que nos ofrece. Es en su presencia donde encontramos sentido, dirección y fuerza para avanzar.
20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,
21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.
Efesios 3:20-21
Dios es fiel, y a través de su poder podemos conocer más de Él y recibir mucho más de lo que imaginamos, como dice este pasaje de Efesios. Muchas veces oramos pidiendo lo mínimo, pero el Señor en su misericordia nos sorprende con bendiciones mayores de las que soñamos. Su poder no tiene límites y no hay situación que escape a su control. Lo que para el hombre es imposible, para Dios es posible, porque Él es todopoderoso.
Reconozcamos entonces su gran poder y majestad todos los que conocemos sus obras y hemos presenciado momentos gloriosos en los caminos santos de nuestro Dios gigante y fuerte. No desechemos su santa Palabra, porque ella es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos, y nos enseña a vivir en obediencia. Si alguien te habla del amor y de las maravillas de Dios, escucha, recibe esas palabras y no desprecies la oportunidad de acercarte al fiel Creador.
Al igual que Dios ha sido fiel con nosotros y ha manifestado sus buenas obras en nuestras vidas, también nosotros debemos reflejar esas obras a través de nuestros hechos. No se trata solo de hablar de fe, sino de vivirla. Cada acción nuestra debe dar testimonio de que Dios es real y de que seguimos a un Salvador vivo. Somos llamados a ser sal y luz en medio de un mundo que necesita urgentemente conocer la verdad del evangelio.
Las buenas obras que hacemos no son para ganar salvación, pues esta ya nos fue dada por gracia en Cristo Jesús. Sin embargo, nuestras obras muestran que hemos sido transformados. Como dice Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Cuando vivimos en obediencia y amor, el nombre de Dios es exaltado y otros pueden acercarse a Él.
Por eso es bueno que, si queremos conocer día tras día las buenas obras que habitan en nuestro Creador y experimentar el poder que está en Él, sigamos sus pasos fieles. La vida cristiana no es de perfección humana, sino de constante búsqueda y dependencia del Señor. Si alguno se encuentra en falta, no debe desesperarse ni huir de Dios; al contrario, debe volver a Él con corazón arrepentido, porque el Señor es misericordioso para perdonar y restaurar. Como dice 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
No olvidemos nunca que Dios es fiel. Lo ha sido desde el principio, lo es en el presente y lo será por toda la eternidad. Nuestra respuesta debe ser rendirle gloria, honrarle con nuestra vida y anunciar a otros lo que hemos visto y oído. Así como la iglesia primitiva testificaba del poder de Dios con valentía, hoy nosotros debemos ser testigos en nuestra familia, en nuestra comunidad y hasta lo último de la tierra. Amén.