Si eres justo, practica la justicia así como el Señor lo hace contigo

Ser justos con los demás es un mandato claro de la Palabra de Dios, y practicarlo es una evidencia de que verdaderamente hemos sido transformados por el Señor. La justicia y la misericordia no son simples virtudes humanas, sino reflejos del carácter de Dios en la vida de sus hijos. El Señor se agrada profundamente de quienes practican la justicia con su prójimo, pues en ello mostramos que lo conocemos y que vivimos conforme a sus caminos.

Muchos desean que se les trate con justicia, pero cuando llega el momento de obrar hacia los demás, sus motivaciones no siempre son correctas. Algunos lo hacen solo para ser vistos, buscando reconocimiento o fama; otros actúan de manera genuina, sabiendo que es lo correcto, porque si Dios nos muestra misericordia cada día, ¿cómo no mostrarla también nosotros hacia los demás? No se trata de un simple acto externo, sino de un reflejo del amor de Dios que habita en nuestros corazones.

La misericordia de Dios es infinita para quienes saben tener misericordia con los demás. El Señor ve cada acción, cada pensamiento, cada palabra que pronunciamos. Él examina si estamos siendo justos o si hemos caído en la trampa de la injusticia, del egoísmo y de la indiferencia. Recordemos que no solo se trata de grandes actos, también en lo pequeño podemos mostrar justicia: al hablar con honestidad, al ser equitativos en un trato, al tender una mano al necesitado.

Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
Lucas 6:36

Este versículo nos da la pauta clara: debemos reflejar el carácter de nuestro Padre celestial. Si Él es misericordioso, nosotros también debemos serlo. No podemos esperar recibir lo mejor de Dios si tratamos a nuestro prójimo con dureza, desprecio o indiferencia. Actuar con bondad y justicia es imitar a nuestro Padre, es testimonio de que su Espíritu obra en nosotros.

Estas no son palabras de un simple hombre, son mandamientos del mismo Dios, el Soberano, el dueño de toda misericordia. Él nos ha mostrado una y otra vez lo que es hacer el bien: nos perdona, nos restaura, nos provee aun cuando no lo merecemos. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para negar misericordia a los demás? ¿Con qué derecho podemos ser egoístas o injustos si el Altísimo, que está muy por encima de nosotros, no lo ha hecho con nosotros?

La Biblia también nos enseña que quien cierra su mano al pobre, también hallará cerrado el oído de Dios cuando clame. Esto nos recuerda que nuestra conducta con el prójimo tiene consecuencias espirituales. No se trata solo de relaciones humanas, sino de obediencia al Señor. Cuando somos misericordiosos, no solo bendecimos al otro, también agradamos a nuestro Padre celestial.

Pensemos por un momento: ¿qué pasaría si Dios nos tratara como nosotros tratamos a los demás? Si Él nos pagara con la misma medida de egoísmo o indiferencia que a veces mostramos, ninguno de nosotros podría estar de pie. Pero gracias a su misericordia estamos aquí, vivos, con esperanza. Eso nos debe motivar a ser imitadores de Él, reflejando en cada acción la justicia y el amor que Él nos ha mostrado.

Ser misericordiosos no siempre es fácil. A veces implica perdonar cuando fuimos heridos, compartir cuando escasea lo nuestro, o ser pacientes cuando otros nos desesperan. Pero cada una de esas acciones tiene un peso eterno, porque muestra a Cristo en nosotros. El mundo está lleno de injusticia, de odio y de indiferencia, pero la Iglesia está llamada a ser diferente: un faro de luz que brille con la justicia y misericordia de Dios.

Amado hermano, si quieres recibir lo mejor de Dios, practica la justicia y la misericordia con los demás. Ayuda en lo que puedas, habla con bondad, actúa con integridad. Recuerda que cada obra de justicia no se hace en vano, porque el Señor la ve. Tomemos como ejemplo a nuestro Padre celestial y busquemos ser reflejo de su carácter en un mundo que tanto lo necesita.

Señor, oye mi voz, porque a Ti clamo
El evangelio de hoy y el de ayer