Seamos limpios de corazón

La única forma de ser limpios de corazón es guardando la Palabra de Dios, porque ella es la que tiene el poder de transformar nuestras vidas desde lo más profundo. Su Palabra nos ayuda en los momentos más difíciles, cuando sentimos que el mundo nos oprime, cuando las tentaciones golpean sin descanso, y cuando las dudas quieren llenar nuestra mente. Solo la Palabra puede guardarnos de todas las cosas malas que desean carcomer nuestro interior, provocando un desorden total en nuestros corazones. Por eso debemos abrazarla con firmeza y guardarla en lo íntimo, como un tesoro que no se negocia, porque en ella encontramos la pureza que necesitamos para vivir como hijos de Dios.

El corazón humano es frágil, y cuando no está fortalecido por la Palabra del Señor, se convierte en un terreno fértil para la maldad. Las malas intenciones, los malos pensamientos y las tentaciones pueden entrar con facilidad y arruinarnos por completo. Pero cuando estamos cimentados en las Escrituras, encontramos fuerza para resistir, claridad para discernir y dirección para caminar seguros en medio de un mundo lleno de tinieblas. De ahí la importancia de mantenernos puros y siempre santos delante de Dios, no en nuestras fuerzas, sino con la ayuda de su Espíritu Santo que nos guía a toda verdad.

La oración también juega un papel fundamental en este proceso de pureza. No basta con leer la Biblia de forma superficial; es necesario orar al Señor para que nos dé fuerzas y discernimiento, para que nos revele cómo aplicar sus enseñanzas a nuestra vida diaria. La oración sincera, unida al estudio de la Palabra, se convierte en un escudo poderoso contra las tentaciones. Cada vez que el maligno intenta desviarnos, el Espíritu de Dios nos recuerda pasajes bíblicos, nos da paz en medio de la tormenta y nos fortalece para no caer en pecado. Como dijo Jesús: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”.

Cuando el Señor venga, encontrará a muchos con vestiduras manchadas por el pecado, pero también encontrará a un pueblo que se mantuvo fiel, que procuró vivir en santidad, que tomó en serio sus advertencias y que fue hallado en paz. El desafío de la iglesia es perseverar hasta el final, porque no se trata solo de empezar la carrera, sino de terminarla victoriosos en Cristo Jesús. Por eso debemos vivir cada día como si fuera el último, buscando agradar a Dios en todo, sabiendo que nuestra recompensa no está en la tierra, sino en los cielos.

Tomemos este consejo y hagámoslo parte de nuestra vida diaria. Seamos sabios y guardemos la Palabra en nuestros corazones, para que cuando Cristo venga, nos encuentre puros y sin mancha. No nos dejemos llevar por un mundo que promueve el pecado como algo normal, sino que mostremos con nuestro testimonio que hay una forma diferente de vivir, una vida llena de paz, pureza y santidad en el Señor. Que cada día podamos orar como el salmista: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”.

Así, con un corazón transformado por la Palabra y sostenido por la oración, seremos hallados en paz, preparados para aquel glorioso día en que el Señor vendrá por los suyos. Vivamos expectantes, firmes y fieles, porque grande será la recompensa de los limpios de corazón.

Cómo entender la Biblia
No des falso testimonio de tu prójimo