Cuando hablamos de herencias, muchas personas piensan únicamente en lo material. Algunos esperan recibir bienes, propiedades o dinero para resolver sus problemas presentes, pero olvidan que todo lo que es terrenal es pasajero y corruptible. La Biblia nos recuerda que hay algo infinitamente más valioso: una herencia incorruptible y eterna, que no se destruye ni se agota. Esa herencia es la que procede de Dios y permanece para siempre.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Salmo 16:5
Cristo nos libró de la esclavitud del pecado y nos hizo hijos de Dios. Como hijos, hemos sido hechos también herederos de una promesa gloriosa. Esta herencia no se compara con las riquezas del mundo, pues es espiritual, incorruptible y eterna. Qué maravilloso es saber que Dios mismo es nuestra porción y nuestra copa, es decir, quien nos sustenta y nos mantiene de pie en medio de las pruebas de la vida.
Las palabras del salmista nos recuerdan que nuestra seguridad no depende de lo que tenemos, sino de aquel que sostiene nuestra suerte. En un mundo lleno de incertidumbre, la verdadera estabilidad no se encuentra en las riquezas, sino en Dios. Él es quien provee, quien guarda y quien fortalece a sus hijos cada día.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Salmo 16:6
La herencia que hemos recibido no solo es eterna, sino también hermosa. Habitar con nuestro Señor Jesucristo por toda la eternidad es la mayor esperanza del creyente. La vida presente es apenas un instante comparado con la eternidad que nos espera. Por eso, cuando comprendemos esta realidad, aprendemos a valorar más lo espiritual que lo material, entendiendo que todo lo terrenal tiene un final, pero la comunión con Cristo es para siempre.
Al mirar hacia el futuro con fe, entendemos que Dios nos ha preparado un destino glorioso. No existe lugar más deleitoso que la presencia del Señor, ni herencia más valiosa que la salvación y la vida eterna. Esto debe motivarnos a vivir con gratitud, fidelidad y esperanza, sabiendo que lo que viene será mucho mejor que lo que ahora tenemos.
Bendeciré a Jehová que me aconseja;
Aun en las noches me enseña mi conciencia.
Salmo 16:7
La herencia de Dios no se limita al futuro, también incluye bendiciones presentes. Él nos aconseja y guía cada día mediante su Palabra. En un tiempo donde la confusión reina y a lo malo se le llama bueno, el consejo divino se convierte en luz en medio de la oscuridad. La voz de Dios, revelada en la Escritura, es la brújula que nos ayuda a caminar por el camino correcto.
Cuando dejamos que su Palabra dirija nuestros pasos, incluso en las noches más difíciles encontramos paz. Su consejo se convierte en refugio y su dirección en una guía segura que nos libra de decisiones equivocadas. Por eso, es vital acudir a la Biblia cada día y meditar en ella, pues allí encontramos los principios que sostienen nuestra vida espiritual.
A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Salmo 16:8
Estas palabras nos invitan a reflexionar profundamente. ¿Ponemos realmente a Dios delante de nosotros en todas nuestras decisiones? El salmista reconoce que, al tener a Dios como su prioridad, puede permanecer firme ante cualquier adversidad. Si buscamos primero al Señor en nuestros planes y decisiones, Él estará a nuestro lado y nada podrá apartarnos de sus caminos.
La vida está llena de pruebas, pero si Dios está a nuestra diestra, no seremos conmovidos. El enemigo intentará desviarnos, pero quienes ponen a Cristo como centro de su vida permanecen firmes. No se trata de ausencia de problemas, sino de confianza plena en que Dios nos guarda y nos fortalece.
Conclusión
La verdadera herencia no se encuentra en las riquezas de este mundo, sino en la salvación y vida eterna que tenemos en Cristo Jesús. Él es nuestra porción, nuestra copa y nuestro sustento. Nos aconseja, nos guarda y nos promete un futuro glorioso en su presencia. Por eso, no pongamos nuestra mirada en lo pasajero, sino en lo eterno, sabiendo que nuestra herencia es hermosa e incorruptible. Vivamos cada día con gratitud y fe, esperando con gozo el día en que disfrutaremos plenamente de esa herencia eterna en la presencia de nuestro Señor.