La vanidad del dinero

La vanidad es algo que pasa por el frente de todo el mundo, y muchos son los que caen bajo su oferta, no recordando que esto de ser vanidoso no le agrada a Dios.

Esto de ser vanidoso es algo que es como el comején, que día tras día va carcomiendo llevándose todo lo que era bueno y convirtiéndolo en algo que no sirve. Así mismo se va poniendo el corazón de todos aquellos que son vanidosos.

El que ama el dinero, no se saciará de dinero;
y el que ama el mucho tener, no sacará fruto.
También esto es vanidad.
Eclesiastés 5:10

La palabra de Dios dice en 1 Timoteo 6:10 «porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.» En verdad esto nos da a entender que todo aquel que ama al dinero, lo ama más que a sí mismo, y pierde su humildad, porque en sus ojos está el signo de dinero.

Salmos 138:6 «Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos.» Esto es una gran verdad, porque había muchos los cuales teniendo sus riquezas humillaban a su prójimo, lo despreciaban, le negaban alimentos, entonces todos estos reyes que se creían todo fueron humillados por el Dios Todopoderoso.

Cuando aumentan los bienes,
también aumentan los que los consumen.
¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, sino verlos con sus ojos?
Eclesiastés 5:11

El rey Salomón sabía por qué decía estas palabras, ya que Él estaba rodeado de poderosos, gente que vivía bien, que tenía muchas riquezas pero que no la compartía con sus prójimos, pero todos aquellos que ayudan a sus prójimos y no lo desprecian, ni se enaltecen, son prosperados por Dios, las bendiciones de Dios sobreabundan en su casa.

Dulce es el sueño del trabajador,
coma mucho, coma poco;
pero al rico no le deja dormir la abundancia.
Eclesiastés 5:12

El proverbista dice en unos versículos, que el justo come con lo poco que consigue y duerme tranquilo, mas el rico no puede dormir tranquilo, pues amanece pensando si le roban algo de lo que tiene. No es malo tener con qué sobrevivir, pero no dejar de ser humildes, ni rechazar a tus parientes y a tus prójimos. Es bueno que cada día le pidamos a Dios que nos ayude a permanecer siendo humildes, ayudando al necesitado, y no amar al dinero sino que lo usemos solo para las necesidades que se presenten.

La vanidad no se refleja solamente en el amor al dinero, también puede expresarse en la forma en que las personas buscan reconocimiento, fama, poder o la aprobación de los demás. Hoy en día, muchos viven preocupados por la apariencia externa, por lo que visten, por lo que tienen o por lo que los otros piensan de ellos, olvidando que delante de Dios lo que realmente vale es la condición del corazón. Todo lo material es pasajero, pero lo que hacemos para la gloria de Dios permanece para siempre.

El apóstol Juan también advirtió sobre esto en 1 Juan 2:16, donde dice que «todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo». La vanidad, por lo tanto, nos aleja del propósito eterno y nos atrapa en una carrera sin fin donde nunca estamos satisfechos. La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee, sino en tener a Cristo como el centro de todo.

Un corazón vanidoso se vuelve duro y orgulloso, incapaz de reconocer la necesidad de Dios ni de ver las necesidades de los demás. Por eso la Biblia resalta una y otra vez la importancia de la humildad. Jesús mismo nos dio el ejemplo al vivir de manera sencilla, sin buscar riquezas ni fama terrenal, sino cumpliendo con obediencia la voluntad de su Padre. En contraste, quienes se aferran a las cosas pasajeras terminan vacíos, sin paz y sin propósito verdadero.

Cada creyente debe reflexionar si su vida está siendo guiada por la vanidad o por el deseo sincero de agradar a Dios. No es pecado trabajar y prosperar, pero cuando la ambición domina el corazón, se convierte en un ídolo que desplaza a Dios del primer lugar. La clave está en reconocer que todo lo que tenemos proviene de Él, y que somos administradores de sus bendiciones para compartirlas y usarlas de manera responsable.

Conclusión: La vanidad es un engaño que promete satisfacción, pero termina dejando vacío al hombre. La Palabra de Dios nos enseña a buscar la humildad, a depender de Él y a usar lo material con sabiduría. Si mantenemos nuestro corazón libre de orgullo y de amor desmedido al dinero, podremos disfrutar en paz de lo que tenemos y, sobre todo, recibir la verdadera riqueza que es la vida eterna en Cristo Jesús.

Un nuevo pacto
Andad en Él