Esta no es una pregunta necia, es una pregunta brillante, pero a la vez debemos saber que no existe una fórmula humana para entrar al reino de los cielos, sino que todo esto se trata de gracia, de un regalo inmerecido que nos concede Dios a través de la muerte de su Hijo en la cruz del calvario. No se trata de obras, de méritos personales, ni de una lista de rituales religiosos, se trata de aceptar la obra perfecta de Cristo y permitir que esa obra transforme completamente nuestra vida. El reino de los cielos no se compra ni se gana, es dado por el amor de Dios, pero para recibirlo debemos abrir nuestro corazón y rendirnos a Jesús.
Pero si hablamos de entrar al reino de los cielos hay algo que es propio de cada creyente: «Nacer de nuevo». No podemos decir que somos cristianos si no hemos nacido de nuevo, esta es la marca distintiva de cada uno de nosotros y nuestro amado Señor Jesucristo habló sobre el nuevo nacimiento. El nuevo nacimiento no es un cambio externo o una apariencia, sino una transformación interna que nos hace pasar de muerte a vida, del reino de las tinieblas al reino de la luz. Ser cristiano no es pertenecer a una religión, sino haber experimentado en el corazón el poder regenerador del Espíritu Santo.
3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Juan 3: 3-5
Nicodemo era un maestro de la ley, un hombre que representaba el conocimiento de Israel, sin embargo, no sabía nada sobre el nuevo nacimiento. Su ejemplo nos muestra que no basta con tener religión, cultura o conocimiento bíblico, sino que es necesario experimentar el toque del Espíritu Santo. No caigamos en el engaño de estar dentro del templo, participar de las actividades religiosas y ser parte de la comunidad, pero nunca haber nacido de nuevo. El verdadero cristiano no se define solo por asistir a la iglesia, sino porque ha sido transformado por el poder de Dios y da testimonio de ello con su vida.
El nuevo nacimiento implica dejar atrás la vieja naturaleza. Es morir al pecado, renunciar al mundo y sus deseos, y comenzar una vida en Cristo. No significa que nunca volveremos a fallar, sino que ahora nuestra vida está marcada por el arrepentimiento, la fe y la obediencia. Como nuevas criaturas, nuestro corazón se inclina a la justicia, y lo que antes amábamos —el pecado— ahora nos duele, y lo que antes rechazábamos —la voluntad de Dios— ahora es nuestro deleite. Esa es la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Es cierto que no existen fórmulas humanas para entrar al reino de los cielos, lo cierto es que si somos realmente cristianos esto quiere decir que somos personas nacidas de nuevo que hemos renunciado al pecado, al mundo y a sus deseos. El que ha nacido de nuevo tiene nuevas prioridades, nuevos anhelos y una nueva identidad. Ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros. El nuevo nacimiento se evidencia en un cambio visible: nuestras palabras, pensamientos, decisiones y acciones comienzan a reflejar a Cristo.
Dios nos ha regalado el nuevo nacimiento a través de la muerte de su Hijo en la cruz y gracias a ello somos salvos. El ser salvos nos hace tener buenas obras, no para ganar méritos, sino como fruto de lo que Cristo ha hecho en nuestro corazón. Las buenas obras son la evidencia de que el Espíritu Santo habita en nosotros, y son la luz que alumbra en medio de un mundo en tinieblas. Nacer de nuevo es recibir una vida nueva que da gloria a Dios en todo momento. Por eso, preguntémonos hoy: ¿He nacido de nuevo? Si la respuesta es sí, vivamos como nuevas criaturas; si la respuesta es no, todavía hay tiempo para rendir el corazón a Cristo y recibir la vida eterna.
Entrar al reino de los cielos no depende de lo que hagamos, sino de lo que Cristo ya hizo por nosotros. Aceptar su gracia, creer en Él, arrepentirse de los pecados y permitir que el Espíritu Santo nos transforme es el verdadero camino. Nacer de nuevo es la llave de entrada al reino de Dios, y quienes han nacido de nuevo pueden tener la certeza de que un día estarán en su presencia, no por sus obras, sino por la obra perfecta de Jesucristo.