Salvos por su misericordia

¿Por qué somos salvos? ¿Somos salvos porque lo hemos decidido o porque Dios en su misericordia ha decidido salvarnos? Hay algo muy especial que debemos entender sobre la salvación, y es que la salvación es un don de Dios, un regalo que Él nos concede a través de la muerte de su Hijo en la cruz, no porque nosotros lo merecemos, sino por su amplia misericordia para con nosotros.

El nuevo testamento nos habla mucho sobre la justificación a través de Cristo, sobre el regalo de la salvación, y siempre hace énfasis en que esto no es algo que se nos ha concedido porque somos buenos, intelectuales, inteligentes o porque tenemos cualquier tipo de talento, sino que se nos ha concedido porque Dios tiene misericordia de quien quiere y damos gloria a Dios porque ha tenido piedad de nosotros.

El apóstol Pablo escribió a Tito:

4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,

5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,

Tito 3:4-5

En el verso número cuatro nos habla de ese tiempo en que se manifestó el amor y la bondad de Dios para con los hombres, y ese tiempo es cuando Cristo vino y entregó su vida para justificarnos. Luego en el versículo cinco nos habla de que tenemos un salvador, y aquí debemos hacer una interesante parada para poder comprender el peso que tiene en sí la salvación. Tenemos un salvador, eso quiere decir que no hemos dependido de nosotros mismos para ser salvos, sino que tenemos y poseemos un salvador, un redentor, alguien que nos rescató y pagó el más alto precio por nuestros pecados.

Nosotros no somos salvos por nuestras buenas obras o porque somos los cristianos más puntuales, no somos salvos por nada de esto sino que tenemos un Salvador y su nombre es Jesucristo. No pudimos salvarnos a nosotros mismos y era imposible que hoy fuésemos cristianos por voluntad propia, por lo cual, necesitábamos un salvador y Él nos salvó de nosotros mismos y de la ira de Dios.

Siempre debemos mantenernos en este pensar, de que hemos sido salvos por la amplia misericordia de Dios hacia nosotros y no por nuestras obras.

La salvación, por lo tanto, debe ser vista como un acto de amor inmerecido. El ser humano, desde el principio de la historia, ha demostrado su incapacidad para vivir conforme a la ley de Dios. Israel tuvo la ley, los profetas y los mandamientos, y aun así no pudo cumplirlos. Esto nos recuerda que por más disciplina o esfuerzo humano que hagamos, jamás lograremos alcanzar la perfección que Dios demanda. Por ello, la obra de Cristo en la cruz no solo fue necesaria, sino también suficiente para darnos la esperanza de vida eterna.

El apóstol Pablo también lo reafirma en Efesios 2:8-9 al decir: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Este pasaje nos enseña que no existe espacio para la arrogancia espiritual ni para el orgullo humano, porque la salvación no es producto de nuestro mérito, sino una expresión pura de la gracia divina. Si dependiera de nuestra justicia, todos estaríamos condenados, pero gracias a Cristo tenemos acceso al perdón y a la reconciliación con el Padre.

Es necesario también reflexionar sobre el hecho de que la salvación no solo implica ser librados de la condenación eterna, sino que trae consigo una vida transformada en el presente. El Espíritu Santo es quien nos regenera, nos renueva y nos guía hacia una vida en obediencia a Dios. La salvación no es simplemente un boleto al cielo, sino un llamado a vivir en santidad y a dar frutos dignos de arrepentimiento. Esto demuestra que la obra de Dios en nosotros es completa: nos salva, nos transforma y nos sostiene.

Comprender la salvación como un regalo de Dios también debería despertar en nosotros una actitud de gratitud constante. Cada día, al abrir los ojos, debemos recordar que nuestra vida espiritual es el resultado de un sacrificio inmenso: la sangre derramada en la cruz. Esa realidad debe impulsarnos a vivir no para agradarnos a nosotros mismos, sino para glorificar al Señor en todo lo que hacemos. Así como no dependimos de nosotros mismos para ser salvos, tampoco debemos depender de nuestras fuerzas para mantenernos en el camino; es la gracia de Dios la que nos sostiene.

Finalmente, al pensar en la salvación, no podemos olvidar que es un mensaje que debe ser compartido. Si realmente entendemos que no es por nuestras obras, sino por la misericordia de Dios, entonces debemos proclamarlo con humildad y amor. El mundo necesita escuchar que hay un Salvador que ofrece vida eterna, y que este regalo está disponible para todos los que creen en Él. Nuestra responsabilidad es ser portadores de este mensaje, siendo testigos vivos de la gracia que nos alcanzó.

Conclusión: La salvación es un regalo de Dios, un acto de misericordia inmerecida que no depende de nuestros méritos humanos. Somos salvos únicamente por la obra de Cristo en la cruz, y esto nos lleva a vivir en gratitud, obediencia y misión. Recordemos siempre que no fuimos nosotros quienes elegimos salvarnos, sino Dios quien en su amor decidió rescatarnos, para que en todo se manifieste Su gloria.

Jehová me recogerá
Perseverando en las pruebas y dificultades