Hablar de las promesas de Dios es hablar de la fidelidad misma de nuestro Creador. A lo largo de toda la Biblia vemos cómo el Señor ha dado palabra a su pueblo, y nunca ha dejado de cumplirla. La fe del creyente se fortalece cuando entiende que Dios no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse; lo que Él promete, lo cumple en el tiempo perfecto. Por eso, acercarnos a las promesas del Señor es también acercarnos a una esperanza firme que sostiene nuestra vida cristiana día tras día.
Las promesas del Señor siempre están en pie, ellas nunca se caen porque Dios no miente, él mantiene su palabra fiel y verdadera. Recordemos que Él es Dios y cumple sus promesas por encima de todos los obstáculos.
Las bendiciones de Dios nunca se terminarán, sino que también traen salvación, pero esto pasa porque confiamos en Él, porque sabemos que Él nunca falla. Dios es real, y así de real es todo lo que Él promete.
Jehová te bendiga, y te guarde;
Números 6:24
Dios le habla a Moisés, para que Moisés hablara con Aarón y a sus hijos, diciéndole que bendeciría a los hijos de Israel. El pueblo de Israel en ocasiones cuando Dios le hablaba, ellos no creían lo que Dios les decía.
El pueblo de Israel, a pesar de todas las maravillas que Dios hacía con cada uno de ellos, seguían con duda, que lo que Dios les había prometido no se cumpliría. Esto era porque ellos querían lo prometido de inmediato, pero recordemos que no es cuando nosotros queramos sino cuando Dios vea que sea su voluntad.
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti,
y tenga de ti misericordia;
Números 6:25
Estas eran las palabras que Moisés declaraba para su pueblo: «Jehová te bendiga, y te guarde». Estas son palabras poderosas que salían de la boca de Moisés hacia su pueblo. Día tras día ellos veían el sol salir y ocultarse delante de sus ojos, recordando que su misericordia estaba con ellos todos los días. Todas estas palabras declaradas eran cumplidas por Dios a su tiempo.
Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.
Números 6:26
Dios les daba paz en cada una de las batallas que se presentaban al pueblo, Él les daba la victoria. Nunca sus enemigos vencían, sino que ellos morían o retrocedían. Por eso es bueno que esperemos el tiempo de Dios, que seamos obedientes, pacíficos, que cuando pidamos algo sepamos esperar para que así podamos ser salvos y recibir lo que hayamos pedido al Señor.
La vida cristiana también nos enseña que muchas veces deseamos que las promesas de Dios se cumplan de inmediato. Sin embargo, debemos aprender a esperar, a confiar en que el Señor tiene un plan perfecto. Su tiempo nunca llega tarde y nunca se adelanta. El cristiano que persevera en oración y en fe entiende que la paciencia es una virtud que abre la puerta a la bendición.
Las promesas del Señor no son simples palabras, son pactos que demuestran su amor y fidelidad. Al igual que Israel experimentó milagros, nosotros también podemos ver la mano de Dios obrar cuando permanecemos firmes. En medio de las dificultades, sus promesas nos recuerdan que Él está con nosotros, que nunca nos dejará ni nos desamparará.
En la actualidad, estas palabras siguen siendo fuente de aliento para el creyente. La bendición sacerdotal de Números 6 nos recuerda que tenemos un Dios que cuida, que protege y que llena de paz el corazón afligido. Esa paz es la que el mundo no puede dar, pero que el Señor ofrece gratuitamente a quienes confían en Él.
Conclusión: Confiar en las promesas de Dios es vivir seguros en su fidelidad. Aunque la duda intente tocar nuestro corazón, debemos recordar que el Señor ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Cada palabra de bendición pronunciada en la Escritura sigue vigente, y cada hijo de Dios puede apropiarse de ellas con fe. Por tanto, perseveremos en la confianza, aguardemos en el tiempo del Señor y disfrutemos de la paz que sólo proviene de su presencia.