Es muy conocida la historia de cuando Nicodemo le preguntó a Jesús : «¿Cómo puedo yo siendo adulto volver a nacer?». Y es que la Biblia siempre ha insistido con lo que es el nuevo nacimiento, nueva criatura, nacer de nuevo, etc. Recordemos algo muy importante, nosotros somos herederos del pecado adámico, pero, Cristo nos reclamó a un precio muy alto, el cual es morir por nuestros pecados y exactamente eso es lo que nos hace nacer de nuevo.
La Biblia dice:
18 El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
Santiago 1:18
¿Cuál es la palabra de verdad? El evangelio es la palabra de verdad, Jesús es la palabra de verdad, y es que no existe otra verdad que pueda hacer a los hombres libres, por eso Jesús expresó: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). ¿A cuál verdad se refiere Cristo? Se refiere a Él mismo, no existe otro nombre bajo el cielo en el que podamos ser salvos sino en el nombre de Jesús. A nuestro Señor se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre para que toda rodilla se doble y confiese que Él es el Señor.
Los hombres crean instituciones para contribuir a que las personas dejen los vicios, pero debemos comprender algo y es lo espiritual, hay ataduras en los hombres que solo Dios los puede libertar y esto se logra cuando Cristo llega a nuestras vidas y es allí donde Él nos hace nuevas criaturas, nacidos de nuevo por su Santa Palabra.
Somos más que privilegiados de que su Santa Palabra nos haya hecho nacer de nuevo y es por eso que disfrutamos del más grande deleite: «Pertenecer al cuerpo de Cristo».
El nuevo nacimiento no es un simple cambio exterior o una transformación superficial. La Biblia enseña que este proceso es algo interno, profundo y espiritual. Cuando una persona entrega su vida a Cristo, ocurre un milagro: el corazón es regenerado, los pensamientos comienzan a ser renovados y la vida entera empieza a reflejar la obra de Dios. No se trata de una religión más, sino de una relación viva con el Salvador. Esto es lo que Jesús le explicó a Nicodemo, que sin nacer de nuevo no se puede ver el Reino de Dios.
El pecado de Adán marcó a la humanidad con la separación de Dios, pero el sacrificio de Cristo abrió la puerta a la reconciliación. Esa es la esencia del evangelio: que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros para darnos vida en abundancia. Este acto de amor es lo que permite que un hombre o una mujer puedan dejar atrás la vieja naturaleza y empezar una nueva vida guiada por el Espíritu Santo. No es un cambio humano, sino un regalo divino que nos hace parte de la familia celestial.
A lo largo de la historia muchos han buscado llenar el vacío espiritual con filosofías, riquezas o incluso con religiones que prometen paz, pero ninguna de estas cosas puede transformar el corazón del hombre. El nuevo nacimiento es una obra exclusiva de Dios, y ocurre cuando reconocemos a Jesús como nuestro Salvador personal. De ahí en adelante, comienza un proceso de crecimiento espiritual donde cada día vamos siendo transformados a la imagen de Cristo.
Nacer de nuevo significa también recibir una nueva identidad. Ya no somos esclavos del pecado ni de nuestras pasiones, sino hijos de Dios llamados a vivir en santidad. Esto trae consigo una vida de esperanza, de propósito y de verdadera libertad. Como dice la Escritura: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Este versículo resume lo que significa experimentar el poder del evangelio en nuestras vidas.
Finalmente, debemos comprender que nacer de nuevo no es el final, sino el inicio de un caminar con Dios. Desde ese momento se abre una senda en la que aprendemos a depender del Señor en todas las áreas de nuestra vida. Orar, leer la Palabra, congregarnos y dar testimonio de Cristo son prácticas que fortalecen nuestra nueva naturaleza. Por eso, todo creyente que ha nacido de nuevo no solo disfruta del perdón de sus pecados, sino también de la esperanza eterna que solo Jesús puede ofrecer.