Decir «mi escudo está en Dios» es una gran declaración de fe, porque con esto estamos diciendo que toda nuestra vida depende de Dios, que escondemos nuestra debilidad bajo su fuerza y que descansamos completamente en su amor y misericordia.
La Biblia dice:
Mi escudo está en Dios, Que salva a los rectos de corazón.
Salmos 7:10
El pueblo de Israel en su peregrinaje siempre tuvo un terrible problema, y es que ellos preferían en muchas ocasiones descansar en Egipto o en los consejos de este mundo, cuando se supone que tenían que poner a Dios delante y entender que su fortaleza y cuidado provenían de la poderosa mano de nuestro Creador.
Muchas veces nos vemos envueltos en problemas y dificultades y recurrimos ante lo incorrecto, buscando cobijarnos en otros brazos que no son los de nuestro Creador. En la Biblia encontramos un sinnúmero de veces cuando Dios guardó a su pueblo, los libraba de otros pueblos que eran más fuertes que ellos, hacía milagros y proezas frente a todos sus enemigos. ¿Acaso hay mejor cuidado que el de nuestro Señor? A nosotros Él también nos guarda del mal y podemos pronunciar juntamente con el rey David: «Mi escudo está en Dios».
Amigo, ¿te sientes en problemas y piensas que no vas a salir de allí? Corre hacia Dios, derrama tus lágrimas ante Él, derrama tu corazón ante su presencia, aférrate a Él y cree con todo tu corazón que Él guarda a los rectos de corazón.
Decir que Dios es nuestro escudo también significa reconocer que en este mundo enfrentaremos luchas. Los ataques pueden venir en forma de tentaciones, problemas familiares, enfermedades o situaciones financieras difíciles. Sin embargo, cada dardo del enemigo es detenido por el escudo de la fe, y esa fe no es otra cosa que confianza absoluta en que Dios nunca nos abandona. Así como un soldado no sale al campo de batalla sin protección, nosotros tampoco podemos enfrentar la vida sin depender de nuestro Señor.
El salmista David sabía lo que era estar rodeado de enemigos. En múltiples ocasiones se vio perseguido, rechazado y hasta traicionado, pero en medio de esos escenarios su seguridad estaba en Dios. No confiaba en sus habilidades militares ni en sus valientes soldados, sino en la fortaleza del Altísimo. Esa misma confianza es la que debemos cultivar hoy, recordando que nuestra ayuda no viene de los hombres, sino del Creador de los cielos y de la tierra.
Además, reconocer a Dios como nuestro escudo es aceptar que Él no solo nos protege, sino que también nos guía. Un escudo no elimina la batalla, pero sí nos permite resistir hasta obtener la victoria. Esto significa que la vida cristiana no es ausencia de pruebas, sino caminar seguros bajo la cobertura divina. La clave está en permanecer rectos de corazón, como dice el pasaje bíblico, porque la rectitud abre las puertas a la protección de Dios.
Muchas veces el enemigo querrá hacernos pensar que estamos solos, pero la Palabra nos recuerda que el Señor pelea nuestras batallas. Tal vez hoy sientas que no puedes más, pero no olvides que tu refugio está en el Dios Todopoderoso. No importa cuán grande sea la dificultad, el brazo de Dios es más grande y su escudo más fuerte que cualquier adversidad.
Por eso, cada día debemos levantarnos declarando: «Mi escudo está en Dios». Esta afirmación fortalece nuestra fe y nos ayuda a recordar que no dependemos de nuestras fuerzas, sino de las fuerzas del Señor. Así como un hijo corre a los brazos de su padre en busca de protección, nosotros debemos correr a Dios, confiando en que en su presencia estamos seguros.
Conclusión: El escudo de Dios es nuestra seguridad en un mundo lleno de incertidumbres. Confiar en Él es vivir bajo la certeza de que, aunque se levanten pruebas y dificultades, no seremos derrotados. Amigo, no temas, porque si tu vida está en las manos del Señor, nada podrá derribarte. Repite con fe y convicción cada día: «Mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón».