El libro de Deuteronomio nos habla de Israel, pueblo escogido por Dios y liberado del yugo de Egipto. Este pueblo había sido duramente maltratado, viviendo bajo la opresión del faraón, realizando trabajos forzados y sufriendo día tras día en esclavitud. Sin embargo, llegó el momento en que Dios extendió su mano poderosa para sacarlos de la esclavitud y conducirlos hacia la libertad. Este acto no solo fue una liberación física, sino también una muestra del amor y poder de Dios hacia su pueblo.
Durante siglos, Israel vivió bajo cadenas de opresión, sin esperanza aparente de liberación. El faraón era un hombre cruel que se aprovechaba de su poder para someterlos. Pero el Dios Todopoderoso intervino en la historia, levantando a Moisés como instrumento y mostrando su gloria mediante señales y prodigios que quebrantaron el corazón de Egipto. De esa forma, el pueblo de Dios experimentó que Él nunca olvida sus promesas y siempre llega en el momento oportuno.
Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos,
si vieres caballos y carros,
y un pueblo más grande que tú,
no tengas temor de ellos,
porque Jehová tu Dios está contigo,
el cual te sacó de tierra de Egipto.Deuteronomio 20:1
Estas palabras son un recordatorio de que el mismo Dios que sacó a Israel de Egipto sería también quien les acompañaría en las batallas. El Señor les aseguraba que, aunque vieran ejércitos más grandes, caballos y carros de guerra impresionantes, no debían tener temor. La promesa de Dios era clara: Él mismo pelearía por ellos. Esta declaración muestra que la victoria no depende del tamaño del ejército ni de las armas, sino de quién está de nuestro lado. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?
El capítulo 20 de Deuteronomio nos ofrece un poderoso consejo: no desmayar ante la amenaza del enemigo. Es normal que, al ver fuerzas superiores, el corazón humano se atemorice. Sin embargo, Dios quería que su pueblo mirara más allá de lo visible y se aferrara a su fidelidad. Así, recordaba constantemente a Israel que Él fue quien los sacó de Egipto, y ese mismo poder continuaría acompañándolos en toda su historia.
y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos;
no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis,
ni tampoco os desalentéis delante de ellos;Deuteronomio 20:3
La instrucción de Dios iba directamente al corazón del pueblo. No se trataba solo de una batalla física, sino también de una batalla interior. El miedo, la duda y la desesperanza eran enemigos que podían debilitarlos incluso antes de levantar la espada. Por eso, el Señor les decía: “No temáis, ni os azoréis”. Él mismo les infundía ánimo y valor, porque la verdadera victoria proviene de la confianza en Dios.
porque Jehová vuestro Dios va con vosotros,
para pelear por vosotros contra vuestros enemigos,
para salvaros.Deuteronomio 20:4
Este es uno de los versículos más alentadores de la Escritura: “Jehová vuestro Dios va con vosotros”. No era Moisés, no era el ejército, no eran las armas; era el mismo Dios quien marchaba al frente. ¡Qué seguridad tan gloriosa! Israel debía aprender que la salvación y la victoria no dependen de su fuerza, sino del Dios que pelea por ellos.
De la misma manera, nosotros enfrentamos batallas en la vida diaria. A veces no son guerras físicas, sino problemas familiares, enfermedades, necesidades económicas, luchas espirituales o momentos de soledad. El enemigo muchas veces se levanta como un ejército poderoso que parece imposible de vencer. Pero en esos momentos debemos recordar esta verdad: Dios va delante de nosotros como poderoso gigante.
La confianza que Israel debía tener en Dios es la misma confianza que debemos mantener hoy. Él pelea por nosotros, Él abre caminos, Él derriba muros y nos da la victoria. Por eso no debemos temer al futuro ni a las pruebas presentes, porque si Él estuvo con Israel, también está con nosotros, y si en el pasado abrió el Mar Rojo, hoy también puede abrir caminos donde no los hay.
Querido lector, no desmayes ante las batallas que estás enfrentando. Aférrate a la promesa de que Dios pelea por ti. Descansa en la certeza de que la victoria está asegurada en Cristo Jesús. No importa cuán grande parezca tu enemigo, recuerda que más grande es el que está contigo que el que viene contra ti. Camina con fe, porque Jehová tu Dios va contigo para salvarte y darte la victoria.