Consecuencias de la pereza

¿Qué podemos entender por pereza? La pereza es una actitud que manifiestan las personas cuando rehúyen sus responsabilidades, cuando se justifican constantemente para no hacer lo que deben, y cuando prefieren permanecer inactivos aun sabiendo que hay algo que atender. Algunos la muestran diciendo que están cansados todo el tiempo, otros la justifican asegurando que “nunca tienen fuerzas” o “no pueden”. Lo cierto es que la pereza es más que una falta de ánimo: es un estado del corazón que rehúye el esfuerzo y busca la comodidad por encima de todo.

La persona perezosa siempre está buscando excusas. Prefiere la cama, el sofá o la enramada antes que levantarse a trabajar. Quiere todo fácil, sin esfuerzo, y hasta espera que los demás hagan por él lo que le corresponde. El perezoso desea comer, pero no quiere sembrar; desea tener dinero, pero no quiere trabajar; desea alcanzar metas, pero no está dispuesto a sacrificarse. Al final, esta actitud lo lleva a la ruina y a la miseria, pues la vida exige esfuerzo, dedicación y responsabilidad.

La pereza hace caer en profundo sueño,
Y el alma negligente padecerá hambre.

Proverbios 19:15

El sabio Salomón, al escribir estas palabras, conocía muy bien la consecuencia de la pereza. La pereza no solo trae hambre física, sino también hambre espiritual. Un perezoso no solo carece de pan en la mesa, sino que también carece de fortaleza en el alma, porque ni siquiera se esfuerza en buscar a Dios ni en alimentar su vida espiritual. Y el que no alimenta su espíritu, tarde o temprano terminará débil y derrotado.

El contraste es claro: mientras el diligente trabaja, progresa y se fortalece, el perezoso cae en un “sueño profundo”, es decir, en una condición de apatía y conformismo que lo incapacita para avanzar en la vida. La pereza adormece los sueños, destruye las metas y ahoga las oportunidades que Dios pone delante de nosotros.

El perezoso mete su mano en el plato,
Y ni aun a su boca la llevará.

Proverbios 19:24

Este proverbio describe con ironía el extremo de la pereza: personas que desean comer, pero no tienen la fuerza de voluntad ni siquiera para llevarse el alimento a la boca. Todo les parece pesado, todo lo ven difícil, todo se convierte en una excusa para no actuar. Y aunque pueda parecer exagerado, es una imagen que refleja cómo el perezoso se autodestruye con su negligencia.

La pereza no solo afecta la vida material, sino también la vida espiritual. ¿Cuántas veces posponemos la oración, la lectura de la Palabra o la congregación con la iglesia por simple pereza? Decimos “mañana oro”, “luego leo la Biblia”, “otro día me esfuerzo más”, y sin darnos cuenta la negligencia espiritual nos adormece y nos aleja de Dios. El enemigo aprovecha la pereza como un arma para mantenernos atados e improductivos en la obra del Señor.

El apóstol Pablo exhortó a los creyentes a no ser perezosos, sino diligentes en el espíritu, sirviendo al Señor. La vida cristiana requiere disciplina, constancia y esfuerzo. No se trata de ganar la salvación con obras, sino de vivir una vida que glorifique a Dios mediante la obediencia, el trabajo honesto y la dedicación en todo lo que hacemos.

Querido lector, si la pereza ha tocado tu vida, levántate en el nombre de Jesús. Pide al Señor fuerzas nuevas para romper con la negligencia y caminar en diligencia. Recuerda que la vida es corta y que Dios nos pedirá cuentas de cómo administramos el tiempo, los talentos y las oportunidades. No desperdiciemos los días en ociosidad, sino que trabajemos con alegría, confiando en que nuestro esfuerzo no es en vano cuando lo hacemos para el Señor.

La pereza roba sueños, destruye familias y estanca ministerios. La diligencia, en cambio, abre puertas, bendice a otros y glorifica a Dios. Que el Señor nos libre de caer en el letargo de la pereza y nos ayude a ser hombres y mujeres esforzados, constantes y fieles en todo lo que hagamos, para que un día podamos escuchar de sus labios: “Bien, buen siervo y fiel”.

El Señor pelea por ti
Tu Palabra guardaré