Permaneced en el amor de Cristo

Qué bueno y maravilloso es cuando permanecemos en el amor de nuestro Señor Jesús, cuando guardamos su Palabra y la llevamos en lo más profundo de nuestros corazones. Esta permanencia no depende de las circunstancias externas, sino de una decisión firme y consciente de vivir para Cristo, aun cuando implique sacrificios o pruebas. El verdadero cristiano no se rinde fácilmente, sino que reconoce que seguir a Jesús puede tener un costo, pero que nada se compara con la recompensa de vivir en su presencia y experimentar su amor eterno.

La gran pregunta es: ¿qué debemos hacer para permanecer en Él? La respuesta es clara: someternos a su voluntad, obedecer sus mandamientos y depender de su gracia en todo momento. La permanencia en Cristo no es un sentimiento pasajero, sino una relación diaria de entrega, fe y obediencia. Jesús mismo nos lo recuerda:

Como el Padre me ha amado,
así también yo os he amado;
permaneced en mi amor.

Juan 15:9

Estas palabras nos revelan la profundidad del amor divino. Así como el Padre amó a Jesús de manera perfecta y eterna, así también Cristo nos ha amado a nosotros. Este amor no es frágil ni condicionado, sino un amor que permanece para siempre. Por lo tanto, cuando permanecemos en Él, estamos siendo abrazados por el amor eterno de Dios, el cual nunca falla y nunca se agota.

El amor de Dios es tan real y transformador que nos impulsa a compartirlo con los demás. Cuando vemos a alguien sufriendo, cuando notamos la angustia en el rostro de un hermano, el amor de Cristo en nosotros nos mueve a extender una mano de ayuda, a ofrecer palabras de consuelo y a orar por esa persona. El amor de Dios no se queda en teoría, sino que se manifiesta en acciones concretas. Permanecer en el amor de Jesús es ser reflejo de ese amor en el mundo.

Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor;
así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor.

Juan 15:10

Aquí Jesús nos muestra que el amor y la obediencia van de la mano. No se trata de un amor superficial, sino de un amor probado en la obediencia diaria. Así como Cristo obedeció perfectamente a su Padre, nosotros somos llamados a obedecerle a Él. Y esa obediencia no es pesada, porque brota del amor que hemos recibido primero. Guardar sus mandamientos no es una carga, sino un privilegio que nos mantiene en comunión íntima con nuestro Salvador.

La Palabra de Dios es nuestro ancla. En ella encontramos la verdad, y esa verdad tiene un nombre: Jesucristo. Permanecer en el amor de Cristo es permanecer en su Palabra, vivirla, aplicarla y atesorarla en lo profundo de nuestro ser. Cuando obedecemos su voz y seguimos su instrucción, experimentamos un gozo que el mundo no puede ofrecer. No es un gozo pasajero ni condicionado, sino un gozo completo que viene de saber que somos amados y aceptados por Dios.

Estas cosas os he hablado,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea cumplido.

Juan 15:11

El propósito de Jesús al enseñarnos estas cosas es que nuestro gozo sea pleno. El amor de Dios no produce tristeza, sino paz en medio de la tormenta, fortaleza en medio de la debilidad y esperanza en medio del dolor. Cuando permanecemos en su amor, descubrimos que aun en las pruebas más duras, su gozo nos sostiene y su paz guarda nuestros corazones. El amor de Cristo no depende de lo que sintamos, sino de lo que Él ya ha hecho por nosotros en la cruz.

Amados hermanos, permanezcamos firmes en el amor de nuestro Señor. Recordemos que nada en este mundo puede separarnos de ese amor: ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni lo presente, ni lo por venir. Su amor es eterno, y mientras nosotros nos aferremos a Él con fe y obediencia, viviremos seguros bajo su cuidado. Que cada día podamos reflejar ese amor a quienes nos rodean y que el gozo del Señor sea cumplido en nuestras vidas.

El verdadero ayuno
No paguéis a nadie mal por mal