Bienaventurado el que tiene sus fuerzas en Dios

Cuando comenzamos a leer el capítulo 84 del libro de los Salmos, nos encontramos con un cántico lleno de profunda devoción y amor hacia Dios. El salmista, en este caso David, expresa con ternura y pasión lo grande y fuerte que es nuestro Dios, declarando que Él es su más grande anhelo y su deleite eterno. Este salmo nos recuerda que nuestra vida no tiene sentido si no está centrada en la presencia de Dios, y que no hay mayor gozo que estar en comunión con Él.

David, a pesar de ser rey, guerrero y líder de Israel, entendía algo que muchos olvidamos: que nada de lo que poseemos en este mundo se compara con habitar en la presencia del Señor. Su corazón ardía de amor y de deseo por Dios, y eso lo llevaba a expresarse con una adoración sincera, reconociendo la grandeza del Creador y dándole toda la gloria y la honra.

Bienaventurados los que habitan en tu casa;
Perpetuamente te alabarán.

Salmos 84:4

El salmista nos enseña aquí una gran verdad: los que habitan en la casa de Dios son bienaventurados, es decir, dichosos, felices, plenos. ¿Por qué? Porque el gozo verdadero no depende de las circunstancias de la vida, sino de estar en comunión con el Señor. Todo lo que tenemos proviene de Él; cada día, cada respiro y cada bendición son muestra de su fidelidad. El hombre que decide habitar en la presencia de Dios encuentra plenitud y paz que el mundo no puede dar.

Cuando nos detenemos a pensar en esto, nos damos cuenta de que la vida cristiana no se trata de una religión vacía ni de un simple conjunto de normas, sino de un deleite continuo en la presencia del Señor. Habitar en su casa implica vivir una vida de adoración, de oración constante y de dependencia total de su poder.

Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas,
En cuyo corazón están tus caminos.

Salmos 84:5

David escribió estas palabras porque las había experimentado en carne propia. Él sabía que no era su fuerza humana la que lo sostenía en medio de las batallas, sino la fortaleza que venía de Dios. Reconocía que todo aquel que confía en el Señor y anda en sus caminos es bienaventurado. La verdadera fortaleza del creyente no proviene de su habilidad, conocimiento o recursos, sino del poder de Dios que renueva nuestras fuerzas día tras día.

En nuestra vida diaria enfrentamos problemas, pruebas y momentos de debilidad, pero cuando depositamos nuestra confianza en Dios descubrimos que su poder nos sostiene aun en medio de la tormenta. Los caminos de Dios son rectos, y aunque el mundo nos ofrezca atajos, debemos permanecer firmes en la verdad de su Palabra.

El salmista también nos recuerda que incluso en los momentos más oscuros de la vida, Dios está presente para sostenernos y alentarnos. Tal como lo expresa en otro de sus cánticos:

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Salmos 23:4

Estas palabras son un bálsamo para el alma. La vida está llena de valles y de sombras, de circunstancias que nos hacen sentir débiles o temerosos, pero el salmista nos asegura que en esos momentos no estamos solos. Dios camina a nuestro lado, y su vara y su cayado, símbolos de guía y de protección, nos infunden aliento y nos recuerdan que Él nunca nos dejará.

Confiar en Dios significa descansar en su promesa de que siempre estará con nosotros. Significa creer que en Él estamos seguros, que no importa cuán fuerte sea la prueba, Él tiene cuidado de nuestras vidas. Es en esa confianza donde hallamos la paz que sobrepasa todo entendimiento y la seguridad de que nuestras fuerzas no provienen de nosotros mismos, sino de Aquel que todo lo puede.

Amado hermano, que este salmo te inspire a vivir cada día buscando la presencia de Dios, reconociendo que en su casa hay plenitud de gozo y delicias a su diestra para siempre. No olvides que tus fuerzas provienen de Él y que, mientras camines en sus caminos, serás bienaventurado. ¡Alaba al Señor perpetuamente, confía en Él y nunca olvides que su presencia es tu mayor tesoro!

No paguéis a nadie mal por mal
Todo lo que Dios creó es bueno