De Él, por Él, y para Él son todas las cosas

En los años 1500, en esos tiempos de la reforma protestante, se alzó en alto la bandera de la reforma con cinco grandes principios que al día de hoy pertenecen a nuestra doctrina y nos identifican como cristianos, una de esas solas que se proclamó dice: Soli Deo Gloria. Estas son unas palabras en latín, las cuales quieren decir: Solo a Dios la gloria.

Este principio fue fundamental para los reformadores, porque ellos entendieron que toda la vida del creyente debía estar dirigida hacia Dios y no hacia el hombre. La gloria, el honor y el reconocimiento no pertenecen a los líderes religiosos, ni a las instituciones, ni a las obras humanas, sino exclusivamente al Señor. Así, Soli Deo Gloria se convirtió en una afirmación radical en medio de una época en la que la iglesia estaba plagada de abusos, idolatría y exaltación de figuras humanas.

Muchos de los cultos que se realizan hoy en día tienen más que ver con la gloria del hombre que con la gloria de Dios, lo vemos en los programas, en las presentaciones de predicadores, lo vemos en toda parte dentro de la iglesia, y esto ha sido una manera de manchar esa gran verdad de que la gloria solo pertenece a Dios. El hombre siempre ha querido ir tras su propia gloria, y esto es un gran error, puesto que el mismo Dios dice que Él no comparte su gloria con nadie.

Este afán humano de buscar reconocimiento nos muestra la naturaleza pecaminosa del corazón. Desde la antigüedad, los hombres han querido levantar torres que lleguen al cielo, como ocurrió en Babel, o recibir honores que solo le pertenecen al Creador. Sin embargo, la Escritura nos recuerda que toda exaltación humana es pasajera y que solo la gloria de Dios permanece para siempre.

La Biblia dice:

Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

Romanos 11:36

Este versículo resume el corazón de la enseñanza reformada: todo proviene de Dios, todo existe por su poder y todo tiene como propósito su gloria. Por lo tanto, nada de lo que hacemos debería apuntar a nuestra propia exaltación. Si servimos en la iglesia, si predicamos, si cantamos, si ayudamos a otros, todo debe hacerse reconociendo que somos simples instrumentos en las manos del Señor.

Todo lo que existe, todo lo creado, todo lo hermoso, todo lo que brilla o resplandece, es para Dios. Todos nuestros talentos, todos nuestros dones, nuestro ministerio, ¡todo es para Dios! Cuando comprendemos esta verdad, dejamos de compararnos con los demás o de buscar ser aplaudidos, y aprendemos a vivir con la certeza de que nuestro mayor propósito es glorificar al Señor en cada aspecto de nuestra vida.

Soli Deo Gloria o solo a Dios la gloria tenía un gran significado para los reformadores y esto quería decir: «Todo lo que se hace es para la gloria de Dios a la exclusión de auto-glorificación y el orgullo de la humanidad». Los cristianos deben estar motivados e inspirados por la gloria de Dios y no la suya. Así, cada acción cotidiana, desde el trabajo más sencillo hasta el ministerio más visible, se convierte en un acto de adoración cuando se hace con el enfoque correcto.

No se trata de nosotros mismos, de enorgullecernos, de glorificarnos a nosotros mismos o que seamos abiertamente conocidos por todos los hombres, se trata de que aquello que hacemos es para la gloria de Dios. Mucha de la teología de hoy en día nos enseña lo importante que es el hombre, lo que merece el hombre, etc. Pero el mensaje no es ese, el mensaje no es lo que nosotros merecemos o lo importante que somos, el mensaje es que toda la gloria es para Dios y que todo lo creado es para su propia gloria.

Cuando vivimos bajo esta convicción, la vida cobra un nuevo sentido. No buscamos acumular riquezas, títulos o fama, sino que aprendemos a disfrutar de la paz que trae reconocer que nuestra recompensa está en el cielo. Cada victoria personal, cada logro y cada bendición recibida se convierte en una oportunidad para rendir homenaje al Creador, dándole gracias y reconociendo que sin Él nada sería posible.

En conclusión, el principio de Soli Deo Gloria nos invita a reorientar nuestra vida hacia lo eterno, recordándonos que toda la gloria pertenece únicamente al Señor. Vivir con esta perspectiva no solo honra a Dios, sino que nos libera de la carga de querer agradar a los hombres, y nos impulsa a buscar con humildad la aprobación de Aquel que merece toda la gloria, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Linaje escogido
Jesús se regocija