El amor se ha enfriado

Es muy difícil definir la palabra amor, pues abarca mucho más que un simple sentimiento humano. Podemos describirlo como un acto de misericordia y entrega, un compromiso que se refleja en hechos concretos. Este es precisamente el sentido que muchas veces se le da en la Biblia. Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿se ha enfriado el amor en nuestros tiempos? La respuesta es evidente: sí. A medida que avanzan los años, la maldad se multiplica, la desconfianza aumenta y el corazón de muchas personas se endurece, incluso entre creyentes que alguna vez mostraban compasión y ternura hacia los demás.

Hoy en día resulta común ver personas pidiendo limosna en las calles. Algunos lo hacen movidos por el deseo de sostener vicios, otros lo convierten en un negocio, pero también hay quienes lo hacen porque realmente tienen necesidad. La gran pregunta es: ¿cómo podemos nosotros discernir entre unos y otros? En la mayoría de los casos no es posible saberlo, y esto provoca que muchos decidan no dar nada para no ser engañados. Sin embargo, esta actitud, aunque entendible, puede ir apagando en nosotros el deseo de ayudar y el amor hacia el prójimo.

El Evangelio de Mateo nos recuerda lo siguiente:

Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.

Mateo 24:12

En este capítulo Jesús habla sobre los tiempos finales y describe cómo la maldad se intensificaría a tal grado que afectaría directamente al corazón de las personas. Desde la caída de Adán, el pecado ha estado presente, pero con el paso de los siglos vemos cómo la humanidad se ha ido apartando más y más del Creador. Cada generación parece encontrar nuevas formas de pecar, y la indiferencia hacia Dios se ha convertido en una marca de nuestro tiempo. El resultado es evidente: la compasión disminuye, la confianza entre las personas se pierde y el amor se enfría.

Si pensamos en el futuro, podemos imaginar lo difícil que será vivir dentro de cien años si este mundo sigue en la misma dirección. La maldad crece a un ritmo acelerado, y lo que hoy nos escandaliza podría parecer normal en el mañana. Por eso, no es de extrañar que muchos corazones ya estén fríos, incapaces de extender misericordia al necesitado. Conozco cristianos que han decidido no dar dinero a quienes piden en la calle porque temen que ese recurso sea mal utilizado. Esa postura revela un dilema real: ¿cómo ayudamos sin alimentar la maldad? La respuesta está en acudir a la sabiduría de Dios y en recordar lo que la Biblia nos enseña.

Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

Mateo 5:42

Estas palabras de Jesús nos muestran un principio de generosidad radical. No significa actuar sin discernimiento, pero sí mantener un corazón dispuesto a ayudar. Lo mismo encontramos en otra enseñanza del Evangelio:

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.

Mateo 25:35-36

Jesús asocia estas acciones con la verdadera identidad del cristiano. Dar de comer, vestir al desnudo, visitar al enfermo y recibir al forastero son obras que reflejan un corazón lleno de amor. No se trata de obras para ganar salvación, sino de frutos que evidencian que hemos recibido la gracia de Dios. Cuando dejamos que la maldad y la desconfianza apaguen nuestra misericordia, perdemos la esencia del llamado cristiano.

Por eso, debemos pedir al Señor discernimiento y sabiduría. Hay ocasiones en que dar dinero no es lo más sabio, pero podemos ofrecer alimento, ropa o un consejo lleno de esperanza. Lo importante es no cerrar el corazón, no permitir que la frialdad del mundo nos contagie. Recordemos que somos llamados a ser luz en medio de las tinieblas y que nuestro testimonio puede ser el medio que Dios use para tocar a alguien necesitado.

Querido lector, no permitas que la maldad del mundo apague tu amor. Ora a Dios para que te muestre cómo actuar en cada situación y mantén un corazón sensible a las necesidades de los demás. El amor verdadero se manifiesta en hechos, y cuando extendemos misericordia, reflejamos el carácter mismo de Cristo. Que nunca se enfríe nuestro amor, sino que arda cada día más en la llama del Espíritu Santo.

Un nuevo mandamiento
La maldad de los hombres