Tú estás aquí Jesús

A veces estamos envueltos en problemas tan difíciles que creemos que nunca vamos a salir de ellos. Las presiones de la vida nos abruman, los temores nos paralizan y las dudas comienzan a invadir nuestro corazón. En esos momentos de debilidad solemos olvidar las promesas de Dios, que son firmes e inquebrantables. Sin embargo, la realidad es que Jesús siempre estará en nuestra barca, sin importar la magnitud de la tempestad que nos esté azotando. Su presencia es la garantía de que no seremos destruidos por los vientos contrarios.

En este artículo meditaremos sobre una de las maravillosas obras que nuestro Redentor realizó mientras estuvo en la tierra:

45 En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.

46 Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar;

47 Y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.

48 Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.

49 Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron;

50 porque todos le veían, y se turbaron. Pero enseguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!

51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban.

52 Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.

Marcos 6:45-52

Primero debemos destacar el panorama tan peligroso en que se encontraban los discípulos: era de noche, estaban en medio del mar y el viento les era completamente contrario. Para cualquier marinero experimentado esa situación ya era complicada, pero para los discípulos se convirtió en una experiencia aterradora. Ellos estaban desesperados, remando con todas sus fuerzas, pero cada ola parecía más fuerte que la anterior. Y lo sorprendente es que, aunque ya habían visto milagros extraordinarios de Jesús, todavía les costaba entregar toda su confianza a Él.

El versículo 48 nos muestra un detalle precioso: Jesús estaba observando desde la distancia cómo sus discípulos remaban con fatiga. Esto refleja la realidad de nuestro Señor, que nunca es indiferente a nuestras luchas. Él ve cada lágrima, cada esfuerzo y cada temor que enfrentamos en medio de nuestras tormentas. Y no solo observa, sino que se levanta para socorrernos en el momento más oportuno.

Cuando la tempestad azotaba la barca, Jesús no se quedó en tierra de brazos cruzados. Al contrario, caminó sobre el mar para ir hacia ellos. Esta acción tiene un profundo simbolismo: aquello que nos da miedo, aquello que creemos que nos hundirá, está bajo los pies de Cristo. El mar embravecido no lo pudo detener, porque Él tiene autoridad sobre la creación y sobre toda circunstancia.

Sin embargo, al ver a Jesús caminar sobre el agua, los discípulos no reconocieron inmediatamente quién era. Se turbaron y gritaron de miedo pensando que era un fantasma. Aquí vemos cómo, en medio de nuestras pruebas, el temor puede cegarnos al punto de no reconocer la presencia de Dios que viene en nuestra ayuda. El problema dejó de ser la tempestad y pasó a ser la confusión en sus corazones.

Pero Jesús, con voz firme y llena de ternura, les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”. Estas palabras siguen siendo un bálsamo para nosotros hoy. En cada tempestad de la vida, Cristo nos habla y nos recuerda que Él es el “Yo Soy”, el Dios eterno, el mismo que estuvo con Moisés, con Elías y con todos los santos del pasado. Su presencia nos fortalece y nos libra del miedo.

Finalmente, cuando Jesús subió a la barca, el viento se calmó. La tormenta obedeció a su voz y la paz regresó al corazón de los discípulos. Ellos se asombraron grandemente porque aún no comprendían del todo el poder y la autoridad de Cristo. Muchas veces, nosotros también nos sorprendemos cuando Dios obra a nuestro favor, porque olvidamos que para Él nada es imposible.

De la misma manera, Jesús entra en nuestra barca cuando el temor nos abruma y sentimos que la tempestad es demasiado fuerte. En esos momentos, su dulce voz resuena en nuestro interior: “Yo estoy contigo”. No importa cuán oscuros sean los cielos ni cuán grandes sean las olas, si Cristo está con nosotros, podemos tener paz en medio de la tormenta.

Así que, cree con todo tu corazón en ese Jesús que venció la muerte y tiene poder sobre toda adversidad. Entrégale tus miedos, tus cargas y tus tempestades. Él no te dejará hundir, porque su presencia asegura la victoria. Y recuerda siempre: no estás solo, Cristo está en tu barca.

Una oración sincera
Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia