La Biblia nos habla de diferentes tipos de sabiduría, sin embargo hay una que es aquella que debe siempre morar entre nosotros como creyentes: «la sabiduría que viene de lo alto». Esta sabiduría la podemos conseguir a través de la palabra de Dios y es seguro que nos servirá de mucho en nuestro diario vivir.
La sabiduría terrenal puede ayudarnos en ciertas áreas de la vida cotidiana, como en los estudios, en el trabajo o en las relaciones sociales, pero no tiene el mismo valor eterno ni el mismo fruto que la sabiduría espiritual. La Biblia nos recuerda que la sabiduría del hombre puede ser limitada y engañosa, mientras que la que proviene de Dios siempre es pura, buena y provechosa. Por eso, al hablar de la verdadera sabiduría, debemos enfocarnos en aquella que transforma el corazón y el carácter.
Leamos Santiago capítulo 3: 13-18:
13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad;
15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.
17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.
Este pasaje nos enseña que la verdadera sabiduría no se demuestra en palabras altisonantes ni en aparentar tener grandes conocimientos, sino en la manera en que vivimos y nos conducimos. La mansedumbre y la humildad son marcas distintivas de alguien que ha recibido sabiduría de Dios. No se trata de competir ni de creerse superior a los demás, sino de reflejar el carácter de Cristo en nuestras acciones.
Hay creyentes que piensan tener la sabiduría de lo alto, sin embargo, con sus frutos no muestran tal cosa, puesto que aunque parezcan ser muy inteligentes y saber mucho de las Escrituras, no muestran una vida pacífica, benigna, amable, llena de misericordia y de buenos frutos. La vida cristiana consta de muchos elementos, de muchos retos, de muchas cosas por hacer, de ser diferente al mundo, ¿Estás dispuesto a todo esto? Querido hermano, este es un alto precio que debemos pagar.
Cuando alguien posee sabiduría terrenal, suele llenarse de orgullo y de egoísmo. Sus palabras hieren, sus acciones dividen y sus frutos generan desconfianza y pleitos. En cambio, cuando se tiene la sabiduría celestial, se busca la paz y la edificación mutua. La diferencia se nota claramente en el ambiente que se crea alrededor de una persona: puede ser de hostilidad o de armonía, dependiendo de la fuente de esa sabiduría.
Vivamos en paz los unos con los otros, debemos pensar bien las palabras que salen de nuestras bocas, nuestra actitud frente a los demás, el trato que damos a los demás.
Una vida guiada por la sabiduría de lo alto siempre deja huellas positivas. Cada palabra es pensada, cada acción busca edificar y cada relación se convierte en una oportunidad para reflejar el amor de Dios. Esta paz de la que habla Santiago no es una paz pasajera ni superficial, sino una paz profunda que nace del Espíritu Santo en nosotros y que se refleja en cómo tratamos a los demás.
El apóstol Santiago nos dice que cuando mostramos ciertas cosas negativas frente a los demás, no poseemos la sabiduría que desciende de lo alto, mas bien, poseemos una sabiduría terrenal.
La sabiduría terrenal se enfoca en el yo, en sobresalir, en demostrar que se tiene la razón. En cambio, la sabiduría de Dios se enfoca en dar, en servir y en amar. Este contraste es fundamental para entender que lo que guardamos en el corazón tarde o temprano saldrá a la luz y mostrará si vivimos guiados por Dios o por nuestras pasiones humanas.
Busquemos esta sabiduría de lo alto a través de la palabra de Dios, pues nuestro propósito es ser mejores cristianos cada día.
Orar, leer la Biblia y meditar en ella son prácticas esenciales para recibir de Dios esa sabiduría pura y verdadera. Cada vez que dedicamos tiempo a escuchar su voz y a obedecer sus mandamientos, vamos creciendo espiritualmente y reflejando más a Cristo en nuestra vida. No se trata solo de adquirir conocimiento, sino de ponerlo en práctica con humildad y amor.
En conclusión, la sabiduría de lo alto es un don precioso que debemos anhelar más que cualquier otra cosa en este mundo. Es un tesoro eterno que transforma nuestras relaciones, nos ayuda a vivir en paz y nos guía hacia la justicia. Si dejamos que esa sabiduría gobierne nuestros pensamientos y acciones, seremos verdaderos hijos de Dios, conocidos no solo por lo que decimos, sino sobre todo por lo que hacemos.