En estos últimos tiempos se ha vuelto cada vez más difícil permanecer firmes en los caminos del Señor. La sociedad está llena de distracciones, tentaciones y filosofías que intentan apartarnos de la verdad. Sin embargo, el creyente no camina solo: tenemos a nuestro Dios, quien nos da las fuerzas necesarias para resistir y continuar con fidelidad en Su senda. La vida cristiana nunca fue descrita como fácil, pero sí como un camino seguro cuando lo transitamos de la mano del Creador.
A menudo, nuestros corazones sienten temor. Nos preguntamos si Dios realmente está con nosotros, porque pasamos por batallas duras y prolongadas. El camino de la fe se torna pesado, tropezamos y caemos, y sentimos que las fuerzas se agotan. Pero ¿sabes qué? Aunque hemos sido derribados, no hemos sido destruidos. La razón de ello es que Dios está con nosotros en cada momento. En medio del dolor y la incertidumbre, Su mano poderosa se extiende para levantarnos y librarnos del mal. El Señor ha prometido nunca abandonarnos, y esa promesa es la que nos sostiene en los días más oscuros.
¿Podemos afirmar que la duda jamás tocará nuestras vidas? Claro que no. Todos, en algún momento, hemos tenido preguntas, temores y momentos de incertidumbre. Lo importante no es si la duda llega, sino cómo reaccionamos cuando aparece. Es allí donde se fortalece nuestra fe. Dios utiliza incluso esos momentos de inseguridad para enseñarnos a confiar más en Él y a depender menos de nuestras propias fuerzas.
De esta gran historia podemos aprender varias lecciones: primero, que la fe no significa ausencia de problemas, sino confianza en medio de ellos; segundo, que la duda puede visitarnos, pero no tiene que dominarnos; y tercero, que aunque nuestra fe sea pequeña, Jesús siempre está dispuesto a socorrernos. Él no nos deja solos en medio de la tormenta, sino que camina a nuestro lado y calma el viento cuando es necesario.
Conclusión: La vida cristiana está llena de pruebas, pero también de la presencia fiel de nuestro Señor. Aunque la duda toque a nuestra puerta, no debemos temer, porque Jesús es más grande que cualquier tormenta. Como Pedro, podemos clamar: «¡Señor, sálvame!», y Su mano se extenderá para rescatarnos. Por eso, encomendemos cada día nuestra vida al Señor, pidámosle un corazón confiado y recordemos que, aun cuando la fe parezca pequeña como un grano de mostaza, Su poder es suficiente para sostenernos hasta llegar a puerto seguro.