Aunque estemos donde estemos, debemos agradecer a Dios porque en medio de la tormenta nos levanta, nos sustenta y trae inmensa alegría a nuestras vidas.
Seamos personas gratas delante de Dios, aclamemos Su glorioso nombre con alabanzas poderosas del corazón, cantemos con gran júbilo, exaltemos Su nombre sobre toda naciones, cantemos con grande alegría, cantemos salmos porque nuestro Dios es maravilloso y Su gran bondad nos sostiene.
¿Quién como nuestro Dios? Un Dios que siempre está atento a ayudarnos en todo lo que sea posible, en todas las dificultades, como dice el Salmo 37:25 «no he visto un justo desamparado ni su descendencia que me mendigue pan», esto porque la misericordia de nuestro Dios es demasiado grande.
Demos gracias al Señor y no nos cansemos porque Sus misericordia van de continuo y Su bondad no se acaba. Dios sustenta al hambriento, le levanta al caído, da fuerzas al débil, da valentía al temeroso. Este es nuestro Dios grande y maravilloso, que hace posible lo que para nosotros es imposible.
En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, Tus consolaciones alegraban mi alma.
Salmos 94:19
El autor de este salmo tenía su pensamiento abatido, pero con todo eso seguía adorando el nombre del Señor, y la alegría llegó a su vida gracias a las consolaciones del Señor. Dios es nuestra alegría, en Él toda tristeza desaparece, sigamos en pie y alabemos su nombre.
¿Qué diremos ante estas grandes palabras, ver que aún en medio de tantas adversidades podemos alabarte Señor?. Al ver estas palabras tan alentadoras debemos animarnos a confiar en el Señor, invoquémosle y no nos cansemos en ningún momento de dar gracias por esta enorme alegría que Dios trae a nuestras vidas.
La vida cristiana está llena de desafíos, pero también de grandes victorias en Dios. Muchas veces nos encontramos en medio de tormentas emocionales, enfermedades, pérdidas o preocupaciones que quieren robarnos la paz, pero ahí es donde recordamos que nuestro Señor es fiel y nunca nos abandona. La Biblia nos recuerda constantemente que el gozo del Señor es nuestra fortaleza, y esa verdad debe ser un ancla firme para nuestra fe.
Cuando agradecemos a Dios incluso en medio de las pruebas, estamos reconociendo que Él tiene el control de todo. Esta actitud de gratitud abre puertas de bendición, porque el corazón agradecido no se enfoca en la falta ni en el dolor, sino en la grandeza de Aquel que todo lo puede. Es por eso que podemos cantar con confianza, aunque las circunstancias no sean favorables, porque nuestra confianza no depende de lo que vemos, sino de lo que creemos.
El apóstol Pablo nos enseña en Filipenses 4:4: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!». Esta instrucción no se limita a los días buenos, sino que nos invita a vivir con una alegría permanente que nace de Cristo. Pablo escribió esas palabras desde la cárcel, lo que nos muestra que el gozo en el Señor trasciende cualquier dificultad terrenal. Al igual que él, también nosotros podemos experimentar esa paz y alegría en medio de la tormenta.
Al mirar la historia del pueblo de Israel, encontramos ejemplos de hombres y mujeres que, aun en medio de sus luchas, levantaron cánticos a Dios. Recordemos a Ana, quien después de tanto tiempo de aflicción por no poder concebir, al recibir respuesta de Dios entonó un cántico lleno de gratitud. También recordemos a los salmistas que, aún perseguidos o en tiempos de guerra, no se cansaron de exaltar a Dios con himnos y poesía inspirada por el Espíritu.
Nosotros también podemos ser esos hombres y mujeres que, a pesar de las dificultades, seguimos firmes en la fe, agradecidos y confiados en la obra perfecta de nuestro Dios. Cada oración, cada cántico y cada palabra de gratitud que sale de nuestros labios se convierte en una ofrenda agradable delante del Señor.
Querido lector, que nunca falte en tu vida una palabra de agradecimiento, que nunca se apague en tu corazón un cántico de alegría para Dios. Si hoy atraviesas un momento difícil, recuerda que la misma voz que calmó la tormenta en el mar de Galilea sigue obrando en tu favor. Él es quien transforma las lágrimas en gozo y la angustia en paz.
En conclusión, debemos vivir con un corazón agradecido, confiados en que Dios sostiene cada área de nuestras vidas. Aun cuando todo parezca oscuro, la luz de Su presencia nos guía y nos llena de esperanza. Agradezcamos siempre, porque Su amor nunca se agota y Su misericordia es para siempre. Que cada día podamos decir con convicción: «Gracias Señor, porque Tú eres mi alegría y mi fortaleza». Amén.