Cuando piensas que todo terminó, Dios tiene la última palabra

A veces queremos hacer todo por nosotros mismos, pensando que no necesitamos ayuda, pero estamos equivocados, ya que hay Uno que siempre está atento a todo y es Dios, el cual tiene la última palabra. Vivimos en un mundo que nos empuja a ser autosuficientes, a depender de nuestras propias fuerzas, de nuestros planes y estrategias, pero la realidad es que tarde o temprano nos damos cuenta de que nuestra sabiduría es limitada y que nuestra fuerza se agota. Allí es cuando la voz del Señor se levanta para recordarnos que solo Él es soberano y que solo Su voluntad prevalece.

Muchos suelen rendirse antes de llegar al camino, otros casi alcanzan la meta, pero la desesperación llega a ellos y les hace olvidar que existe un Dios poderoso que puede ayudar en el momento oportuno. Es común que pensemos que el éxito depende exclusivamente de nuestro esfuerzo, pero la Palabra nos enseña que todo lo que hacemos debe estar sujeto a la dirección divina. Cuando ignoramos a Dios, corremos el riesgo de desgastarnos inútilmente; en cambio, cuando lo reconocemos en todos nuestros caminos, Él endereza nuestras veredas (Proverbios 3:6).

¿Por qué decimos que Dios tiene la última palabra? Por muchas razones. Existen quienes comienzan sus caminos por sí solos, otros dicen que no necesitan ayuda, y otros creen que son indispensables, que solo de ellos depende que las cosas sean realizadas. Pero luego, cuando se cansan de trabajar sin ver fruto, reconocen que únicamente el Señor puede completar la obra. Es en ese momento donde entendemos que no se trata de nuestras capacidades, sino de la gracia y del plan de Dios. La Biblia lo expresa con claridad:

Del hombre son las disposiciones del corazón; Mas de Jehová es la respuesta de la lengua.

Proverbios 16:1

Este proverbio de Salomón nos habla claramente de los propósitos y de las decisiones de nuestro Dios. Podemos planear, organizar y disponer de muchas cosas en nuestra mente y corazón, pero quien determina el resultado final es el Señor. Esto no significa que no debamos trabajar o esforzarnos; al contrario, debemos hacerlo, pero con la conciencia de que es Dios quien abre y cierra las puertas, quien guía nuestros pasos y quien al final tiene la última palabra.

El hombre puede decir hoy: “voy a viajar a algún lugar del mundo”, pero si Dios dice “no vas”, es porque no te conviene, porque Él ve más allá de lo que nosotros podemos ver. Si Él te manda a no cruzar por un lugar oscuro, es porque allí no estarías seguro. Recordemos que Dios conoce todas las cosas y que todas fueron hechas por Él. Nada escapa de Su control, y aunque muchas veces no entendamos las razones de Sus decisiones, podemos confiar en que todo lo que Él hace es para nuestro bien (Romanos 8:28).

A lo largo de la Biblia vemos ejemplos de hombres y mujeres que planearon cosas, pero al final fue Dios quien decidió. Jonás quiso huir de la presencia de Jehová, pero el Señor tenía la última palabra y lo condujo a Nínive. El rey Nabucodonosor pensó que su poder provenía de sí mismo, pero Dios le demostró que solo Él gobierna sobre los reinos de los hombres. Incluso los mismos discípulos hicieron planes, pero Jesús les recordó que todo dependía de la voluntad de Su Padre.

Confiar en que Dios tiene la última palabra no debe producirnos miedo, sino paz. Significa descansar en que no estamos solos, que nuestro futuro no está sujeto al azar ni al capricho humano, sino a un Dios bueno, justo y misericordioso. Aunque nuestros planes cambien, Su propósito permanece firme.

Conclusión

Amado hermano, haz planes, esfuérzate, lucha por tus sueños, pero nunca olvides que el Señor es quien decide el resultado final. Cuando las cosas no sucedan como esperabas, no te frustres: recuerda que Dios tiene la última palabra y que Su voluntad es buena, agradable y perfecta. Descansa en Él, confía en Su soberanía y permite que guíe cada paso de tu vida. Al final, comprenderás que Sus planes siempre fueron mejores que los tuyos.

El buen camino que dirige al justo
Con rectitud de corazón, y con gozo acerquémonos a Dios