La fe y el amor que nos hacen creer en El Señor

Tener fe en el Señor es de suma importancia, porque la fe es el pilar que nos fortalece en medio de las pruebas y nos ayuda a mantenernos firmes en Dios. La fe nos hace sentir seguros y confiados, sabiendo que aunque no entendamos todo lo que pasa a nuestro alrededor, tenemos a un Padre celestial que está en control de cada detalle de nuestra vida. La fe nos conecta directamente con la esperanza y nos recuerda que nuestras circunstancias no son permanentes, sino que en Cristo tenemos la victoria asegurada.

Pero la fe no camina sola; junto a ella debe estar el amor. El amor es el que nos sostiene y nos ayuda a permanecer en Dios, porque como dice la Escritura: «Dios es amor» (1 Juan 4:8). El amor verdadero es el reflejo más claro de que hemos conocido a Dios y de que su Espíritu habita en nosotros. Por eso, si decimos tener fe pero no mostramos amor, entonces nuestra fe es estéril, porque el amor es el fruto que confirma que esa fe es genuina.

Así que, seamos sabios y prudentes en el nombre del Dios Todopoderoso. No basta con confesar de labios que creemos, sino que debemos vivir como personas que verdaderamente tienen fe y amor en su corazón. Sigamos la dirección que nos da la Palabra de Dios, aprovechando esa fe que Él mismo ha depositado en nosotros y valorando ese amor eterno que nunca falla y que proviene únicamente de nuestro Padre celestial.

La Biblia está llena de enseñanzas que enfatizan constantemente la importancia de la fe y del amor. Uno de los pasajes más conocidos sobre la fe se encuentra en Hebreos 11, capítulo que muchos llaman “el salón de la fama de la fe”. Allí se nos presentan ejemplos de hombres y mujeres que creyeron en Dios y que por esa fe lograron grandes victorias y recibieron promesas. Y uno de los versículos más importantes de este capítulo nos dice lo siguiente:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 11:6

Este versículo nos enseña una verdad fundamental: no podemos agradar a Dios sin fe. No importa cuántas obras realicemos, no importa cuán correctos parezcan nuestros actos; si no hay fe, no hay una verdadera relación con el Señor. La fe es el medio por el cual nos acercamos a Dios y reconocemos que Él es real, que existe, que nos ama y que galardona a quienes con sinceridad lo buscan. La fe no es un simple optimismo humano, sino la convicción de que Dios es quien dice ser y hará lo que ha prometido.

El amor, por su parte, es la manifestación visible de esa fe. Jesús mismo dijo que el mandamiento más grande es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39). De esta manera entendemos que no podemos separar la fe del amor, pues ambas virtudes se complementan. La fe nos lleva a confiar en Dios, y el amor nos lleva a reflejarlo en nuestras acciones. El apóstol Pablo lo resumió diciendo: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13).

Por tanto, si queremos vivir una vida que agrade a Dios, necesitamos cultivar ambos elementos. La fe nos da seguridad y confianza, el amor nos da dirección y propósito. La fe nos conecta con el poder de Dios, el amor nos conecta con el corazón de Dios. Juntos, hacen que nuestra vida cristiana tenga sentido, fuerza y fruto abundante.

Conclusión

Querido lector, si hoy te preguntas cómo puedes agradar a Dios, la respuesta está en tener fe y en caminar en amor. La fe te ayudará a mantenerte firme aun en las pruebas más difíciles, y el amor será el sello que demostrará que perteneces a Cristo. Recordemos que nuestra vida cristiana no se trata solamente de rituales o palabras bonitas, sino de vivir confiando plenamente en Dios y amando a los demás como Él nos ha amado. Que el Señor nos ayude cada día a fortalecer nuestra fe y a derramar su amor en nuestros corazones para que podamos ser verdaderos reflejos de su gracia y bondad.

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