Muchos versículos e historias bíblicas nos instan a entender que vivimos en este mundo, pero no pertenecemos a él. Esta es una verdad que como cristianos debemos tener muy clara, pues cada día se hace más evidente que el mundo se aleja de las cosas de Dios. La sociedad, en lugar de buscar la santidad, se hunde en la oscuridad, promoviendo valores contrarios a la Palabra del Señor. Por eso, el creyente debe recordar constantemente que su ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20) y que su vida debe reflejar esa identidad.
Una de las armas más sutiles y peligrosas con las que debemos tener cuidado hoy en día es la llamada «inclusión». ¿Por qué debemos ser cautelosos? Porque muchas veces este concepto, que aparentemente promueve respeto y tolerancia, termina usándose para normalizar y aceptar el pecado. El riesgo es que los cristianos, en su afán de no ser rechazados por la sociedad, empiecen a parecerse tanto al mundo que ya no se note la diferencia. Cuando eso ocurre, en lugar de que el mundo vea en nosotros la luz de Cristo, nosotros terminamos reflejando la oscuridad de sus valores.
El apóstol Pablo fue claro al advertirnos sobre esto:
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Romanos 12:2
En este pasaje, Pablo nos enseña que no debemos adaptarnos ni amoldarnos a las costumbres y valores del mundo. La palabra «conformar» significa tomar la forma de algo, adoptar su molde. El cristiano que se conforma al mundo termina perdiendo su identidad y vive según las corrientes culturales en lugar de según la verdad del evangelio. Pero Pablo no se queda solo en la advertencia; también nos da la solución: ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento.
Amado lector, lo que Pablo nos está diciendo es que no permitamos que las comodidades y atracciones de este mundo nos hagan sentir demasiado cómodos en una “zona de confort”. En medio de tanto entretenimiento, materialismo y aceptación de prácticas pecaminosas, nuestra mente debe ser renovada por la Palabra de Dios. No podemos depender de las opiniones del mundo para definir lo que está bien o mal; nuestra guía es la Biblia, que es viva, eficaz y eterna.
La renovación de la mente no es algo automático. Implica disciplina, oración y estudio constante de la Escritura. Significa filtrar nuestros pensamientos y decisiones a la luz de la verdad de Dios. Solo así podremos discernir cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios para nuestras vidas. Y cuando entendemos Su voluntad, nos damos cuenta de que lo que el mundo ofrece es pasajero, pero lo que Dios nos da es eterno.
Jesús mismo dijo en Juan 17:16: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Esto nos recuerda que el cristiano tiene un llamado a vivir en santidad, siendo luz en medio de las tinieblas. No podemos ser tibios ni mezclar la verdad con la mentira. El mundo necesita ver en nosotros una diferencia clara, no porque seamos mejores que ellos, sino porque la gracia de Dios ha transformado nuestras vidas.
No seamos como ellos, seamos como Dios quiere que seamos. Y eso lo encontramos en Su santa Palabra, la cual nos guía hacia un estilo de vida distinto, consagrado y lleno de propósito. El mundo intenta empujarnos hacia la corriente de su sistema, pero Dios nos llama a nadar contra corriente, a vivir en fidelidad a pesar de las burlas, críticas o rechazos.
Querido hermano y hermana, recuerda que tu identidad está en Cristo. No te conformes a este siglo. Permite que el Espíritu Santo renueve tu mente día tras día. Vive de manera que otros puedan ver en ti a Jesús, porque al final, lo único que permanecerá será la voluntad de Dios, la cual es agradable y perfecta.