La bondad y la misericordia de Dios nunca fallan, pues van de las manos de Dios, siempre están presentes, es como dice Su palabra: Sus misericordias son nuevas cada mañana y es una gran verdad, porque si no fuera por esa misericordia y esa bondad de Dios para con nuestras vidas, no estuviéramos aquí.
Por eso, si nuestro Dios Todopoderoso tiene misericordia de nosotros todos los días, entonces ¿por qué nosotros no actuamos con misericordia? Es nuestro deber tener amor y misericordia por los demás, ser como nuestro Padre celestial, hacer bondades, llevar amor, paz, actuar con fidelidad. Este es nuestro Dios.
22 Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
23 Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Lamentaciones 3:22-23
Sus misericordias nos sustentan cada mañana, por eso es que el libro de Lamentaciones nos habla claro sobre esta misericordia que nos guarda y nos guía siempre.
Por eso es bueno, que así como Dios tiene esa misericordia tan grande por nosotros, seamos bondadosos con nuestros prójimos, porque haciendo cada una de estas cosas, entonces sabremos que somos de Dios.
Todo aquel que practica la justicia de Dios, que hace misericordia y que anda bajo la verdad de Cristo, es de Dios. Estas son las características de todo aquel que es de Dios. Así que, seamos sabios y tengamos misericordia de nuestro prójimo, mostremos el amor que tenemos de Cristo en nuestros corazones, demos a conocer la paz y el amor que abunda en nosotros, y de esta forma daremos a entender que Cristo está en nosotros.
El profeta Jeremías, al escribir estas palabras en el libro de Lamentaciones, lo hacía en medio de un tiempo de dolor y crisis nacional. Aun así, él pudo reconocer que el amor y la misericordia de Dios no habían desaparecido. Esto nos enseña que no importa la situación por la que estemos pasando, el Señor sigue siendo fiel y Su misericordia se renueva. Aun en medio de pruebas, podemos levantarnos cada día con la confianza de que Dios extiende Su mano de compasión hacia nosotros.
Si lo pensamos bien, ¿qué sería de nosotros si Dios nos tratara conforme a nuestras obras? Seguramente ya no existiríamos. Pero Dios, en Su gracia infinita, nos ofrece perdón, esperanza y nuevas oportunidades. Por eso debemos aprender a reflejar esa misma misericordia en nuestras relaciones con los demás. Ser misericordiosos es un llamado directo de Jesús en el sermón del monte cuando dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
Mostrar misericordia no se limita solamente a perdonar al que nos ofende, sino también a tender la mano al necesitado, a compartir lo que tenemos, a orar por quienes sufren y a acompañar a los que están en dolor. Cada acto de bondad y compasión es una evidencia de que Cristo vive en nosotros y de que hemos entendido el carácter de Dios.
La misericordia también está ligada al amor incondicional. El amor que Dios tiene por nosotros no depende de lo que hagamos o dejemos de hacer; de la misma manera, nuestro amor y compasión por los demás no deberían depender de sus méritos o de cómo nos traten. Así como Dios nos amó aun siendo pecadores, también nosotros debemos amar y perdonar a quienes nos rodean.
Un corazón misericordioso siempre buscará la reconciliación y nunca el rencor. Si en nuestros hogares, familias y comunidades aplicamos la misericordia, veremos cómo las relaciones se transforman y la paz de Dios gobierna en medio de nosotros. Además, este comportamiento nos acerca a la verdadera esencia del evangelio, pues el cristianismo no es solo doctrina, sino también práctica del amor y la justicia.
Recordemos cada mañana que, si nos levantamos con vida, es porque Dios nos renovó Su misericordia. Esto debería motivarnos a vivir agradecidos, a no quejarnos por lo que falta, sino a dar gracias por lo que tenemos. El agradecimiento diario es una forma de reconocer la bondad de Dios y nos anima a mantener la fe en medio de cualquier circunstancia.
En conclusión, la bondad y la misericordia de Dios no solo son un regalo para nosotros, sino también un ejemplo que debemos imitar. Seamos reflejo de esa misericordia en nuestras acciones diarias. No olvidemos que el mundo necesita ver creyentes que practiquen el amor, la justicia y la compasión. De esta manera, estaremos cumpliendo con el mandamiento de Cristo y mostrando que verdaderamente somos hijos de Dios.