Hermanos, seamos pacientes, peleemos la buena batalla en Cristo Jesús Salvador nuestro, con paciencia y sabiduría, esperemos fielmente en el Señor, con ese mismo amor que el Padre nos mostró, con ese mismo amor amemos a los demás, resistamos este camino que pronto todas estas prueban terminarán, y de esta forma recibiremos esta gran promesa de nuestro Señor.
Como ya dijimos anteriormente, seamos pacientes y sabio en el Señor, seamos diligentes, cuando sintamos desmayar, postrémonos delante de Dios y pidamos fortaleza para continuar en el camino que nos hará más que vencedores.
En momentos de debilidad, diga el débil «fuerte soy», come y bebe, esfuérzate y sé valiente. Dios nunca te ha dejado, ni nunca te dejará. Camina por esa senda que aunque sea oscura, pues el Señor te alumbrará con Su eterna luz. Entendamos que pronto recibiremos lo prometido, este esfuerzo y llamado no son en vano.
El Señor ha dicho palabras como estas a sus hijos, como David, Daniel, Josué, Job, y es por eso que debemos estar firme ante todo.
Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
Josué 1:7
También podemos citar Salmos 23:3-4
3 Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
4 Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Este es nuestro Señor, creamos, confiemos, estemos firmes, soportemos todas las pruebas que vengan. Dios está, y siempre estará con nosotros hasta el fin.
Cuando la Biblia nos habla de la paciencia y la perseverancia, no lo hace como simples recomendaciones, sino como principios indispensables para todo creyente. La vida cristiana está llena de pruebas, y aunque estas puedan parecernos duras, son parte del proceso de Dios para moldear nuestro carácter y fortalecer nuestra fe. Cada momento de lucha nos enseña a depender más del Señor y menos de nuestras propias fuerzas.
El apóstol Pablo en varias de sus cartas exhortaba a la iglesia a mantener la fe firme en Cristo, recordándoles que las tribulaciones no comparan con la gloria venidera que se manifestará en nosotros. Esta misma enseñanza debe recordarnos que la paciencia no es resignación, sino la certeza de que nuestro Dios cumple Sus promesas en el tiempo perfecto.
La historia de Job es un gran ejemplo de resistencia y fe en medio del dolor. Este hombre perdió todo lo que tenía, pero nunca dejó de confiar en el Señor. Aunque su corazón estuvo quebrantado, reconocía que Dios seguía teniendo el control. Finalmente, el Señor lo levantó, le devolvió más de lo que había perdido y lo bendijo grandemente. Esto nos enseña que aunque atravesemos por momentos difíciles, debemos mantener nuestra esperanza en Dios, porque Él es fiel.
De igual manera, el rey David experimentó momentos de angustia y soledad, pero siempre buscaba refugio en la presencia de Dios. Sus salmos son testimonio de una vida que, a pesar de los tropiezos, hallaba fortaleza en la oración y en la confianza absoluta en el Creador. David reconocía que su victoria no dependía de su fuerza, sino del respaldo de Jehová de los ejércitos.
En la actualidad, como creyentes enfrentamos situaciones que pueden desanimarnos: enfermedades, crisis económicas, problemas familiares o incertidumbre sobre el futuro. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda que en medio de esas tormentas Él es nuestra roca firme. Si permanecemos en Su voluntad, Él nos guiará por sendas de justicia y nos dará descanso.
Jesús mismo nos dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Esta promesa es suficiente para animarnos a continuar, aun cuando las fuerzas humanas se agotan. Nuestra fe debe estar puesta en Cristo, quien ya ganó la batalla por nosotros en la cruz del Calvario.
Por eso, amados, seamos constantes en la oración, firmes en la fe y valientes en el caminar diario. El camino puede parecer largo y difícil, pero cada paso de obediencia nos acerca más a esa recompensa eterna. No desmayemos, porque a su debido tiempo segaremos si no desmayamos.
Finalmente, recordemos que la paciencia es fruto del Espíritu Santo. No podemos producirla por nosotros mismos, sino que viene como resultado de una vida rendida a Dios. Si permanecemos en comunión con Él, podremos perseverar en medio de las pruebas y alcanzar las promesas que nos han sido dadas. Caminemos con la certeza de que aquel que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.