Elías fue un hombre de Dios que hizo muchas hazañas que muchos dudaban de que fuera un hombre de Dios, éste era un hombre escuchado por Dios, el Señor atendía el llamado de Elías, Dios le ayuda en sus dificultades.
En el primer libro de Reyes nos encontramos con un hecho maravilloso, se trata de un milagro de parte de Dios a través de su profeta Elías. Este milagro trajo una gran felicidad a una madre la cual estaba angustiada por la pérdida de su hijo:
22 Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió.
23 Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive.
24 Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca.
1 Reyes 17:22-24
En los versículos anteriores vemos que Dios escuchó la voz de Elías, es decir, Elías había hecho una oración para que este joven fuese levantado de su lecho. El alma del niño volvió a él y revivió, y la felicidad llegó con esta gran noticia para la madre de este niño, que después de muerto pudo volver a la vida, gracias al dador de la vida que es Dios.
Elías tomó al niño, lo llevó al aposento de la casa y se lo entregó vivo a su madre.
Esta mujer, al ver el milagro de Dios, reconoció que Elías era un hombre de Dios y expresó «Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca».
Este pasaje nos recuerda que la oración tiene poder cuando es presentada con fe delante de Dios. Elías, como profeta, clamó con sinceridad y dependencia al Señor, confiando en que solo Él podía devolver la vida a aquel niño. Aquí vemos un principio espiritual muy importante: la vida y el poder pertenecen a Dios, y ningún ser humano tiene control absoluto sobre ellos. Sin embargo, Dios en su misericordia decide obrar milagros para mostrar su gloria y aumentar la fe de quienes le buscan.
También encontramos un ejemplo de perseverancia en la oración. Elías no se limitó a aceptar la situación como definitiva, sino que llevó su angustia delante de Dios. La Biblia nos muestra que Elías fue un hombre sujeto a pasiones como cualquiera de nosotros, pero lo que lo distinguía era su disposición a confiar y depender plenamente de Dios en todo momento. Este milagro es una demostración de que el Señor escucha la oración sincera y actúa según su perfecta voluntad.
La reacción de la madre es otro aspecto relevante en este relato. Ella reconoció que Elías era un verdadero siervo de Dios y que la palabra de Jehová era verdad. Esto nos enseña que los milagros no tienen como propósito principal impresionar, sino confirmar la veracidad de la palabra de Dios y llevar a las personas a la fe. La mujer pasó de la desesperación a la confianza, y su testimonio quedó registrado como un recordatorio de que Dios es fiel.
Aplicado a nuestra vida, este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la fe y la oración. Tal vez hoy no enfrentemos la resurrección literal de un hijo, pero sí atravesamos situaciones que parecen muertas: matrimonios rotos, sueños frustrados, enfermedades graves o momentos de angustia. En todos esos casos, Dios sigue siendo el mismo que escuchó a Elías, y puede traer vida donde parece que todo se ha perdido.
Además, este pasaje nos desafía a reconocer la autoridad de la Palabra de Dios. La mujer declaró: “Ahora conozco que la palabra de Jehová es verdad en tu boca”. La Biblia no es un libro común, sino la revelación viva del Dios eterno. Cada promesa, cada enseñanza y cada mandamiento tienen un propósito: guiarnos hacia una vida plena en comunión con el Señor. Así como aquella mujer fue testigo del poder de la Palabra, nosotros también podemos experimentar su impacto cuando la creemos y la obedecemos.
En conclusión, la historia de Elías y el hijo de la viuda nos muestra el poder de la oración, la fidelidad de Dios y la necesidad de reconocer que su Palabra es verdad. No importa qué tan difícil sea la situación, siempre podemos clamar al Señor con fe, porque Él tiene poder para dar vida, restaurar y levantar lo que parece perdido. Confiemos, como Elías, en que Dios escucha y responde, y proclamemos con convicción que su Palabra es eterna y verdadera.