La Biblia es muy clara: ella es Palabra de Dios, y sus palabras son fieles y verdaderas porque provienen de nuestro Creador. No estamos hablando de un libro cualquiera, sino del mensaje inspirado por el Espíritu Santo que guía, corrige, instruye y da vida. Es la revelación de Dios a los hombres, por lo cual debemos acercarnos a ella con reverencia y obediencia.
Por eso es bueno que no seamos irrespetuosos, ni que hablemos a la ligera de las cosas sagradas, ni que nos atrevamos a opinar de Dios con ligereza o sin conocimiento. Hablar de nuestro Señor sin freno en la boca puede llevarnos a pecar gravemente, porque nuestras palabras tienen peso delante de Él. La Escritura advierte que de toda palabra ociosa daremos cuenta en el día del juicio. Y entre todos los pecados que un hombre puede cometer, hay uno que la Biblia señala como imperdonable: la blasfemia contra el Espíritu Santo.
¿Cuál es este pecado del que habla Jesús? Es el blasfemar contra el Espíritu Santo. Veamos lo que dice la Palabra:
30 El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.
31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.
Mateo 12:30-31
En el contexto de este pasaje, fue traído un hombre ciego y mudo delante de Jesús, y Él lo sanó, liberándolo del poder demoníaco. El milagro era evidente y glorioso, pero los escribas y fariseos, en lugar de reconocer que era obra de Dios, decían que Jesús echaba fuera los demonios en nombre de Beelzebú, príncipe de los demonios. Con esas palabras estaban atribuyendo al diablo lo que en realidad era una obra del Espíritu Santo. Esa actitud, llena de incredulidad y rechazo voluntario, es lo que Jesús llamó blasfemia contra el Espíritu.
La Biblia dice que Jesús conocía sus pensamientos, y sabía lo que murmuraban en sus corazones. Por eso les advirtió con tanta seriedad que todo pecado puede ser perdonado, menos la blasfemia contra el Espíritu Santo. Este pecado no consiste en una simple palabra imprudente, sino en un rechazo consciente, deliberado y persistente de la obra del Espíritu de Dios, atribuyéndola al maligno. Es endurecer el corazón hasta el punto de no reconocer nunca la obra de Dios como tal.
Hermanos, este pasaje nos llama a tener mucho cuidado con lo que decimos y aún con lo que pensamos respecto a Dios y al Espíritu Santo. No debemos tomar a la ligera las cosas espirituales, ni ridiculizar lo que Dios hace, ni atribuir a lo impuro lo que proviene de su Santo Espíritu. La falta de discernimiento, mezclada con la irreverencia, puede llevar a muchos a tropezar en este pecado tan grave. Por eso, guardemos sumo respeto, y antes de hablar o juzgar algo, pidamos discernimiento al Señor.
Es necesario también pedir entendimiento y sabiduría para no caer en errores de juicio. La Escritura nos exhorta a no apagar al Espíritu, a no entristecerlo, y mucho menos a blasfemar contra Él. El Espíritu Santo es quien convence de pecado, quien regenera, quien guía a toda verdad y quien sella a los creyentes para el día de la redención. Oponerse a Él de manera deliberada es cerrarse a la única puerta de salvación que tenemos en Cristo Jesús.
Así que vivamos con reverencia delante de Dios, cuidando nuestras palabras y pensamientos. Recordemos que la vida cristiana no es solo de obras externas, sino también de actitudes internas. El respeto y el temor santo hacia Dios y su Espíritu deben gobernar nuestra vida diaria. Que cada día podamos pedirle al Señor un corazón humilde, sabio y obediente, para honrar al Espíritu Santo y jamás acercarnos a ese pecado imperdonable. De esta manera, permaneceremos seguros en la gracia de Dios y firmes en la verdad de su Palabra.

