Ofrenda agradable a Ti Señor

El Señor es una bendición para cada uno de nosotros y es por eso que debemos dar lo mejor de nosotros. Que cuando demos esa ofrenda al Señor, sea del corazón y no por compromiso, que sea una ofrenda sumamente agradable delante de sus ojos. Dios no se fija únicamente en lo externo, sino en la disposición del corazón con que presentamos nuestras ofrendas. Una ofrenda sincera, acompañada de gratitud y obediencia, es un perfume agradable delante de Su trono.

Él es nuestro Dios poderoso, por eso debemos agradecerle por todo lo que hace con nosotros y por lo que hoy día sigue haciendo en nuestras vidas. Dios es grande, sublime y poderoso. Por lo tanto, cada acto de adoración debe ser una respuesta de amor a su fidelidad. Demos ofrenda, una ofrenda que perfume Su trono, que haga brillar Su nombre en todo lugar, y que proclame que Él es exaltado para siempre, por los siglos de los siglos. La adoración no se limita a un día o a un lugar específico, sino que debe ser continua, brotando de un corazón agradecido en todo momento.

Alabemos Su nombre para siempre. Nuestro Dios es invencible y creador de todas las cosas. ¿Cómo no dar lo mejor a nuestro Señor? La creación misma le rinde tributo: el sol que brilla, las estrellas que alumbran la noche, el mar que ruge, todo anuncia la gloria de Dios. De igual manera, nosotros debemos unirnos a esta alabanza universal, ofreciendo no solo palabras, sino actos concretos de obediencia y consagración. Ofrezcamos ofrendas que llenen Su trono de alabanzas y que demuestren que le pertenecemos de verdad.

Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda;

Génesis 4:4

En Génesis encontramos que cuando Abel fue delante de Dios a dar su ofrenda, ofreció de lo mejor de su rebaño. No entregó cualquier animal, sino los primogénitos y de lo más gordo, lo más valioso. Ese detalle demuestra que Abel tenía reverencia y temor de Dios, y que entendía que el Señor merece lo primero y lo mejor. Por eso Dios miró con agrado su ofrenda. Este relato nos enseña que no es tanto la cantidad lo que importa, sino la calidad y la intención con que damos. Una ofrenda de obediencia pesa más que mil palabras vacías.

Abel era un hombre dedicado y sabio, que supo reconocer que todo lo que tenía provenía de Dios. A diferencia de Caín, que ofreció una ofrenda sin esmero ni entrega sincera, Abel dio lo mejor y fue aprobado por el Señor. Esto nos recuerda que Dios conoce el corazón con el que nos acercamos a Él. No podemos engañarlo con apariencias externas; lo que realmente agrada al Señor es la obediencia, la fe y la entrega total de nuestra vida.

Como personas creadas por Dios, y que cada día experimentamos Su infinita misericordia, debemos aprender de Abel a dar lo mejor a Dios. Demos una mejor ofrenda, no solo en lo material, sino en nuestro tiempo, en nuestras acciones, en nuestro servicio y en nuestra vida entera. Cada decisión que tomamos puede convertirse en una ofrenda a Dios si la hacemos con fe y con un corazón rendido a Él.

Ante todo, no nos olvidemos de que si hoy lo tenemos todo, es porque Dios lo ha permitido. La salud, el trabajo, la familia, los recursos, todo proviene de su mano. Reconocer esto nos mueve a la gratitud y a la generosidad. Así que, demos todo lo mejor que salga de nuestros corazones a Dios. No demos lo que nos sobra, sino lo que tiene valor, lo que refleja nuestra confianza en Él. Demos cada día una mejor ofrenda agradable a Dios, no solo de bienes materiales, sino de obediencia, de alabanza y de santidad. Que nuestra vida entera sea una ofrenda continua al Señor, quien es digno de todo honor y gloria.

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