Hermanos, demos gracias a Dios por Su gran misericordia y por el cuidado que tiene con nosotros. Alabemos Su nombre porque Su amor y Su poder nos guardan cada día de nuestros adversarios, de aquellos que buscan la forma de hacernos daño. Nuestro Dios cuida y guarda nuestra entrada y nuestra salida, y nada escapa de Su mirada. El mismo que sostuvo a Israel en el desierto es el que sostiene hoy nuestras vidas en medio de este mundo lleno de peligros y tentaciones.
Él es nuestro escudo protector, refugio nuestro es Él. En nadie más podemos apoyarnos, pues los recursos humanos tienen un límite y las fuerzas del hombre se desgastan, pero el poder de Dios es infinito. Él es grande y fuerte, y es quien nos ayuda a vencer nuestros miedos, fortaleciendo nuestra fe para poder enfrentar a nuestros enemigos. Así como un soldado confía en su armadura para la batalla, nosotros confiamos en el Señor, que es nuestra defensa y nuestra fortaleza.
“Mi ayuda, mi socorro viene de Ti Señor”. Estas palabras alentadoras las encontramos reflejadas en muchos escritos del salmista David, quien reconocía que Dios era el único que podía ayudarlo en sus momentos de mayor angustia y peligro. Cuando los enemigos lo rodeaban y parecía que todo estaba perdido, David levantaba su mirada al cielo y recordaba que su esperanza no estaba en su espada, ni en su ejército, sino en el Dios todopoderoso que pelea por su pueblo.
Los hijos de Coré también recordaban las pruebas de sus padres, quienes enfrentaron grandes dificultades en el pasado. Pero en cada circunstancia, Dios mostró su fidelidad, los liberó con mano poderosa y los llevó a una tierra de bendición. Este testimonio es un recordatorio para nosotros: el mismo Dios que obró en el pasado sigue siendo el mismo hoy y lo será para siempre. Él no cambia, su poder no disminuye y su amor permanece inmutable.
Hoy también enfrentamos adversidades: enfermedades, injusticias, enemigos espirituales, luchas internas y problemas que muchas veces parecen imposibles de superar. Sin embargo, este pasaje nos invita a recordar que nuestro Dios es poderoso y nuestro ayudador. Así como guardó a Israel, también nos guardará a nosotros. No debemos temer al hombre ni a las circunstancias, porque el Señor es nuestra roca firme en medio de la tormenta.
Por eso, confiemos plenamente en Él. Cuando levantamos nuestra voz en acción de gracias, reconocemos que todo lo que tenemos y todo lo que somos proviene de Dios. Al igual que el salmista, proclamemos con fe: “Por medio de ti sacudiremos a nuestros enemigos”. Esta declaración no es arrogancia, sino certeza en el poder del Señor. Nuestra victoria no se mide por nuestras armas, sino por el respaldo del Dios que nos guarda y pelea por nosotros. ¡Gloria sea a su nombre por siempre!