“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” es el segundo mandamiento más importante de la Biblia, incluso, el primer mandamiento depende del segundo. ¿Cuál es el primer mandamiento? “Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón”. ¿Por qué el primero depende del segundo? Pues, Juan dice: «¿Cómo puedes decir que amas a Dios a quien no has visto y no amar a tu prójimo a quien sí ves?» Esta enseñanza muestra que el amor a Dios se hace visible y real en la manera en que tratamos a los demás. No se trata solo de palabras, sino de hechos concretos en nuestra vida diaria.
La Biblia dice en Romanos 13:7-9
7 Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.
8 No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.
9 Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Este mandamiento también nos recuerda que el amor hacia los demás debe ser proporcional al amor que tenemos hacia nosotros mismos. Cuidamos nuestra vida, procuramos nuestro bienestar, buscamos nuestro alimento y descanso; de igual forma, deberíamos procurar el bien del prójimo. Jesús mismo nos enseñó que toda la ley y los profetas se resumen en estos dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. No son realidades separadas, sino dos caras de la misma moneda.
Un verdadero cristiano buscará cumplir este gran mandamiento, porque de esta manera honrará a Dios y Su Palabra y mostrará que es un discípulo genuino. Amar al prójimo no siempre es fácil, pues muchas veces encontramos diferencias de carácter, ideología o incluso conflictos pasados. Sin embargo, la gracia de Dios nos capacita para amar más allá de lo natural, para perdonar cuando duele, para servir cuando no apetece y para ser pacientes cuando el mundo exige respuestas rápidas.
Además, este amor no se limita a las personas cercanas o a quienes nos caen bien. Jesús enseñó que debemos amar incluso a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen. De este modo, el amor cristiano no es selectivo, sino inclusivo, reflejando el carácter mismo de Dios, quien hace salir el sol sobre justos e injustos. Cuando mostramos amor a los demás, aún en circunstancias difíciles, damos testimonio poderoso de la obra de Cristo en nosotros.
Amar al prójimo también significa actuar con justicia en la sociedad: ser honesto en el trabajo, respetuoso con la autoridad, solidario con el necesitado y compasivo con el débil. El apóstol Santiago decía que la religión pura y sin mácula delante de Dios es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo. En otras palabras, el amor se vive en acciones concretas de ayuda, servicio y cuidado.
Finalmente, el cumplimiento de este mandamiento nos recuerda que el cristianismo no se mide únicamente por la asistencia a un templo o por el conocimiento bíblico que tengamos, sino por el amor demostrado en la vida diaria. El mismo Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Así, amar al prójimo se convierte en la señal más clara de que verdaderamente amamos a Dios. Quien dice amar a Dios pero desprecia a su hermano, aún no ha entendido la esencia del evangelio.