Nuestro mejor refugio, mejor guía eres Tú Dios y fuera de Ti no hay otro, solo en Ti podemos confiar Señor, digno eres para siempre.
No hay otro Santo como Tú Señor, reinas por los siglos, Tu poder no se compara con otro, no hay otro igual, Padre eterno eres Tú.
Muchos se glorían por obras que hacen, enalteciéndose en gran manera, y salen palabras en abundancia de sus bocas, palabras arrogantes. Pero pueden hacer lo que sea, pero nunca serán iguales a mi Señor, porque Él es el único Señor, Santo y verdadero y que vive y reina por los siglos de los siglos. Su imperio y Sus maravillas nos rodean día tras día.
Todos los que reconocen Tu misericordia oh Dios, estos siempre Te exaltaran y serán saciados en sus necesidades, mas aquellos que buscan ser exaltados por los hombres, siempre estarán vacíos en su interior, porque han rechazado al Dios poderoso, aquel que puede llenar de alegría nuestras vidas.
2 No hay santo como Jehová; Porque no hay ninguno fuera de ti, Y no hay refugio como el Dios nuestro.
3 No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones.
4 Los arcos de los fuertes fueron quebrados, Y los débiles se ciñeron de poder.
1 Samuel 2:2-4
Promesas poderosas del Señor para todos aquellos que saben humillarse delante de Dios y reconocer Su poderío y Su misericordia. Los que actúan con palabras de honra hacia El Señor serán honrados por nuestro Dios, como dice este verso de 1 de Samuel 2:4, los arcos de los fuertes fueron quebrados, y los débiles, los que creen en El Señor, estos recibirán de Dios fuerzas para poder levantarse en el nombre de Aquel que es sobre todo nombre.
En esta declaración encontramos una verdad inmutable: solo en Dios hallamos refugio. Los hombres pueden construir fortalezas, levantar ejércitos y presumir de riquezas, pero nada de eso garantiza paz interior. Cuando las pruebas llegan, las fuerzas humanas se quiebran, pero aquellos que se apoyan en el Señor encuentran descanso en medio de la tormenta. La Escritura nos recuerda que no existe otro refugio comparable al de nuestro Dios, y esta convicción sostiene la fe de millones a lo largo de la historia.
El contraste entre la arrogancia del hombre y la humildad del creyente es evidente. Mientras unos confían en sus capacidades y en su sabiduría, el creyente se acerca en oración, reconociendo que toda victoria proviene de Dios. Esto no es debilidad, sino la mayor fortaleza: admitir que dependemos de Aquel que lo sabe todo y que gobierna sobre todo. Como afirma el pasaje, los débiles son ceñidos de poder, y esa es una de las promesas más hermosas que podemos abrazar en nuestra vida cristiana.
Este principio también nos enseña que el orgullo y la autosuficiencia son enemigos de la vida espiritual. Quien se exalta a sí mismo, pronto será humillado, porque Dios pesa las acciones y conoce las intenciones más profundas del corazón. Pero aquel que se humilla delante del Señor será levantado y fortalecido. Así es como se cumplen las palabras de Jesús cuando dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
La experiencia de muchos creyentes demuestra que, en momentos de debilidad, cuando ya no queda nada más, Dios se hace presente de manera gloriosa. Él transforma las lágrimas en gozo, el desánimo en esperanza y la derrota en victoria. El poder de Dios no se limita a lo terrenal, sino que se extiende más allá de lo visible, alcanzando las áreas más profundas del alma humana. Por eso podemos decir con confianza: “Aunque el mundo me deje, Dios jamás me abandonará”.
Si analizamos las palabras de Ana en 1 Samuel, vemos que no son meras frases poéticas, sino una declaración de fe frente a la adversidad. Ella había pasado por momentos de amargura y sufrimiento, pero aprendió que el único que puede dar vida y sostener en la debilidad es el Señor. Su testimonio sigue siendo actual, pues también hoy hay muchos corazones necesitados que solo en Dios pueden encontrar su refugio y fortaleza.
Conclusión
Reconocer que no hay santo como el Señor es el inicio de una vida plena en Dios. Todo aquel que busca refugio en Él, lo encuentra; todo aquel que se humilla delante de su presencia, es levantado con poder. No se trata de palabras vacías, sino de una promesa que ha sido probada generación tras generación. El hombre arrogante se engrandece solo por un tiempo, pero el que confía en Dios tiene un respaldo eterno. Por eso, hoy más que nunca, debemos afirmar con convicción: “No hay refugio como el de nuestro Dios”. En Él encontramos descanso, fortaleza y vida abundante para siempre.