Una fe y un bautismo

La iglesia a través de los años ha tenido diversas opiniones sobre temas de la misma Biblia, llevándonos muchas veces a estar divididos en grupos y hasta el punto de menospreciarnos los unos a los otros, creyendo ser poseedores de la verdad absoluta.

Independientemente de que pensemos diferente, hay cosas que permanecen muy claras, tales como: Existe una sola fe que lleva al hombre a la salvación, existe un solo Dios y un solo bautismo.

El apóstol Pablo escribió:

Jesús es sobre todas las cosas, y se le ha dado un Nombre que es sobretodo nombre, y en ningún otro hay salvación sino en Cristo nuestro Redentor.

Oh amado hermano, que tu único Señor sea Cristo, que tu fe esté fundamentada en Él y solo Él.

Es natural que dentro de la iglesia existan debates y distintas interpretaciones sobre asuntos secundarios, pero lo fundamental nunca cambia. La unidad de la fe no depende de opiniones humanas, sino de la verdad revelada en Cristo. El evangelio nos recuerda que, aunque los hombres se equivoquen o discrepen en cuestiones menores, la esencia del plan de salvación permanece intacta: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

El apóstol Pablo, al escribir a los Efesios, no solamente habló de un Señor, una fe y un bautismo, sino que también resaltó la gracia dada a cada creyente. Esa gracia es la que nos capacita a servir y a mantenernos firmes, sabiendo que cada don proviene de Dios para edificación del cuerpo de Cristo. Así, la diversidad no debería llevarnos a la división, sino al complemento mutuo, ya que cada miembro de la iglesia cumple una función valiosa.

Cuando ponemos nuestra mirada en Jesús, dejamos de lado la competencia y el orgullo, y recordamos que ninguno de nosotros es dueño de la verdad absoluta, sino que todos dependemos del Espíritu Santo que guía a la iglesia a toda verdad. Esta dependencia nos llama a caminar en humildad, amor y obediencia, reconociendo que solo en Cristo encontramos la verdadera salvación y la razón de nuestra fe.

Conclusión

La verdadera unidad de la iglesia no se encuentra en uniformidad de pensamiento en temas secundarios, sino en reconocer a Cristo como el único Señor y Salvador. Él es el fundamento sobre el cual debe edificarse nuestra fe. Recordemos que la salvación no está en tradiciones, ni en nombres humanos, sino en el nombre de Jesús, el cual es sobre todo nombre. Caminemos entonces firmes en esa fe inquebrantable, siendo conscientes de que un solo Dios y Padre gobierna sobre todos y que hemos sido llamados a vivir para Su gloria. Si nuestra fe está en Cristo, nada ni nadie podrá apartarnos de su amor eterno.

Bienaventurado el que piensa en el pobre
Testigos de Cristo