Con diligencia y amor seamos fieles a Su Palabra

Seamos fieles a Su Palabra, no olvidemos que las palabras de Dios son fieles y verdaderas, dadas para que podamos contemplar las obras maravillosas del Señor y para que cada día nos aferremos a Sus promesas. Este camino de fe no lo recorremos en vano, pues Dios tiene preparado algo glorioso para aquellos que permanecen firmes en Él. Por eso, nuestro llamado es claro: ser fieles a Su Palabra en todo tiempo, incluso en medio de pruebas y dificultades.

Cada día enfrentamos luchas y tentaciones. El enemigo busca la manera de desviarnos del propósito de Dios, sembrando dudas y confusión en nuestros corazones. Pero el Señor, en Su infinita misericordia, nos ha dado Su Palabra como espada y escudo para defendernos. A través del estudio constante de las Escrituras aprendemos a discernir lo que es verdadero de lo que es falso, y no seremos arrastrados por enseñanzas que aparentan ser correctas, pero que en realidad distorsionan el evangelio. Solo la Palabra de Dios es la verdad absoluta que nos sostiene.

Muchos creyentes sienten dificultad para empezar a estudiar la Biblia. Algunos no saben por dónde comenzar, otros piensan que no tienen la capacidad de comprenderla. Sin embargo, la Palabra misma nos exhorta a buscar la sabiduría que viene de lo alto, no confiando en nuestra propia opinión ni razonamiento limitado. El Señor promete dar entendimiento a todo aquel que lo pide con un corazón humilde. Por eso, no debemos caer en la pereza espiritual ni dejar que la falta de conocimiento nos aparte de la verdad.

Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.
Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio;
y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.

Oseas 4:6

El profeta Oseas, inspirado por Dios, señaló el problema central del pueblo de Israel: la falta de conocimiento de Dios y Su ley. Israel prefería caminar en sus propios caminos y seguir sus propios pensamientos, en lugar de someterse a la Palabra divina. Por esa razón, Dios permitió que cayesen en manos de naciones enemigas, como un llamado de atención para que volvieran a Él. Lo mismo ocurre en nuestros días: cuando nos alejamos de la Escritura y vivimos según nuestra propia sabiduría, nos exponemos a caer en errores que destruyen nuestra vida espiritual.

El conocimiento que proviene de Dios no es un conocimiento meramente intelectual, sino espiritual. Es un conocimiento que transforma el corazón, renueva la mente y nos guía a vivir en santidad. Por eso, el estudio de la Palabra no debe ser visto como una obligación pesada, sino como una delicia que nos acerca más al corazón de nuestro Padre. El salmista decía: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Salmos 119:103). Quien ama a Dios, ama también Su Palabra.

Hoy en día abundan voces que proclaman supuestas verdades, filosofías humanas y mensajes que buscan sustituir la autoridad de la Escritura. Es aquí donde debemos recordar que la Biblia es suficiente y eterna, que fue inspirada por Dios mismo y que contiene todo lo que necesitamos para nuestra fe y práctica. No necesitamos “nuevas revelaciones” que contradigan lo que ya está escrito, necesitamos volver una y otra vez a las Escrituras y permanecer en ellas.

Obedecer la Palabra es tan importante como conocerla. De nada sirve acumular versículos en nuestra mente si no los ponemos en práctica en nuestra vida diaria. La fidelidad a Dios se demuestra en la obediencia constante, en el vivir conforme a lo que hemos aprendido. Jesús mismo dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21). Por lo tanto, ser fieles a la Palabra es una prueba de nuestro amor al Señor.

Conclusión: La Palabra de Dios es fiel y verdadera, es la lámpara que alumbra nuestro camino y la guía que nos mantiene firmes en la fe. No olvidemos que la ignorancia espiritual trae destrucción, pero el conocimiento de Dios trae vida y bendición. Seamos fieles en estudiarla, meditar en ella y obedecerla. Que nunca falte en nuestro corazón el deseo de buscar en la Escritura la voluntad de nuestro Padre, y que nuestras vidas reflejen la fidelidad de quienes han sido transformados por Su verdad eterna.

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