Bienaventurados somos por cuanto padecemos por nuestro Señor

No desmayemos porque Cristo vendrá, y esa es nuestra más grande esperanza. Pero no solo vendrá, sino que también tiene algo reservado para todos sus hijos, una herencia incorruptible y eterna en los cielos. Esa promesa debe darnos fuerzas para resistir y mantenernos firmes en medio de cualquier dificultad. Pidamos cada día al Señor que nos sostenga con su mano poderosa, que nos dé fuerzas para seguir de pie y que nos guarde de los engaños del enemigo. No pongamos nuestros ojos en las cosas pasajeras de este mundo, porque todo lo que el adversario ofrece es temporal y engañoso, pero lo que Dios promete permanece para siempre.

Somos más que bienaventurados porque esperamos en Él, aun sin haber visto con nuestros ojos físicos. Nuestra obediencia al Padre demuestra que hemos creído en su amor y en su obra redentora. Recordemos que Cristo sufrió en la cruz del Calvario por nosotros, fue crucificado, humillado y maltratado para que nosotros fuésemos libres del pecado y de la condenación eterna. Él lo hizo por amor, para que un día podamos reinar con Él por los siglos de los siglos. Por eso no debemos cansarnos ni retroceder, sino resistir un poco más, confiando en que el galardón eterno será infinitamente mayor que cualquier sufrimiento pasajero.

Recordemos siempre que no estamos solos. Antes de ascender al cielo, el Señor dejó una promesa clara y preciosa: enviaría al Consolador, el Espíritu Santo, para acompañarnos en todo tiempo. Él es quien nos fortalece en los momentos de necesidad, quien nos sostiene cuando sentimos que desmayamos, y quien nos ayuda a mantenernos firmes en la roca eterna que es Cristo. No temamos, porque el Espíritu Santo está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Por eso somos bienaventurados, porque contamos con la presencia continua de Dios en nuestras vidas.

La Palabra también nos enseña que muchos han padecido por la causa de Cristo. Los discípulos del Señor son un claro ejemplo de hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a darlo todo por el evangelio. Fueron maltratados, perseguidos y hasta llevados a la muerte, pero ninguno de ellos renegó de su fe porque sabían que el Señor estaba con ellos. Ellos comprendieron que la vida no termina en esta tierra, que existe una gloria eterna preparada para los que perseveran hasta el fin. Estos ejemplos deben inspirarnos hoy, pues así como el Señor estuvo con ellos hasta su último aliento, también está con nosotros en medio de cualquier prueba.

El siguiente versículo bíblico nos da aliento para las peores situaciones que podamos enfrentar, recordándonos que, pase lo que pase, pertenecemos al Señor:

Pues si vivimos, para el Señor vivimos;
y si morimos, para el Señor morimos. Así pues,
sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.

Romanos 14:8

¡Qué poderosa verdad! Vivamos con esa convicción grabada en nuestros corazones. Si el Señor nos da vida, es para vivirla en obediencia y servicio a Él; y si nos toca partir de este mundo, sabemos que nuestro destino eterno está seguro en sus manos. No hay circunstancia, ni enfermedad, ni peligro, ni siquiera la muerte que pueda arrebatarnos de su amor. Somos suyos, y en eso descansamos.

Por lo tanto, busquemos a Dios día tras día, sin importar el costo. Nuestra fidelidad debe mantenerse firme aun cuando el mundo se oponga o cuando nuestra fe sea probada con fuego. Como dice la Escritura, “el que persevere hasta el fin, este será salvo”. Que nada nos aparte de su presencia, porque todo lo demás es pasajero. Cristo es eterno y en Él tenemos una esperanza viva. Recordemos: si vivimos, es para el Señor; y si morimos, también le pertenecemos. Sea cual sea nuestra condición, somos del Señor, y eso es lo que nos da paz, seguridad y propósito.

Su voz es como la miel, y Su Palabra nos fortalece
Respóndeme pronto, oh Jehová, porque desmaya mi espíritu