El perdón es posiblemente el tema más difícil, no solo en la iglesia, sino en todo el sentido de la palabra. Dentro de nuestras iglesias no debería ser una palabra difícil de asimilar, ya que el cristianismo trata sobre el perdón. Antes de contestar cómo aprendemos a perdonar, debemos comprender por qué debemos perdonar.
Debemos perdonar porque Cristo nos perdonó a nosotros, y nos perdonó aún viendo esa condición de pecadores terribles. El perdón de nuestro Señor no tuvo condición, y esto es una prueba de por qué debemos perdonar a nuestros hermanos. Preguntamos: Si Cristo perdonó nuestros terribles pecados, ¿por qué no perdonar a nuestros hermanos?
Para Jesús el perdón era vital en la vida de un creyente, y Él les enseñó esto y quería que reciban bien aquella enseñanza:
21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Mateo 18:21-22
Esta es una respuesta magnífica de que el perdón no tiene límites. No tomemos de manera literal la expresión «setenta veces siete» (70 x 7 = 490). No es que vamos a estar anotando la cantidad de veces que perdonamos y cuando lleguemos a ese número ya podemos dejar de perdonar. Lo que Jesús da a entender aquí es que el perdón no tiene límites, hay que perdonar cuantas veces sea necesario.
Amados hermanos, la clave para perdonar está en entender cómo Cristo nos perdonó a nosotros siendo terribles pecadores.
El perdón como reflejo del amor de Dios
Cuando hablamos de perdonar, no nos referimos simplemente a dejar pasar una ofensa o a ignorar lo sucedido. El perdón bíblico es mucho más profundo, ya que implica liberar a la otra persona de la deuda moral que tiene con nosotros. De esta manera, imitamos lo que Dios hizo con nosotros en Cristo, pues fuimos librados de la condenación eterna gracias a su gracia.
El perdón también es una muestra clara del amor. Una persona que perdona demuestra que el amor de Dios ha sido derramado en su corazón. No perdonamos porque sea fácil, sino porque entendemos que es el camino que nos lleva a la libertad espiritual y emocional. El rencor y la falta de perdón esclavizan el alma, mientras que el perdón abre las puertas a la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento.
La importancia de perdonar sin condiciones
El ser humano tiende a condicionar el perdón: “perdono si me pide perdón”, “perdono si cambia”, “perdono si reconoce su error”. Sin embargo, el perdón que enseña la Biblia es diferente, porque no está basado en lo que el otro haga, sino en la obediencia a Dios y en el ejemplo de Cristo. Jesús perdonó incluso en la cruz, cuando muchos de sus verdugos no mostraban arrepentimiento alguno. Esto nos enseña que el perdón no depende del otro, sino de nuestra disposición interior.
Perdonar no significa justificar lo malo ni olvidar el dolor que nos causaron. Significa dejar el asunto en manos de Dios, confiar en su justicia y liberarnos de la carga que trae la amargura. El cristiano que guarda rencor no puede disfrutar plenamente de la comunión con el Señor, porque el resentimiento apaga la vida espiritual.
Beneficios del perdón en la vida del creyente
El perdón no solo restaura las relaciones humanas, también trae beneficios personales. Perdonar sana el corazón, alivia la mente y permite avanzar en la vida sin cadenas. La ciencia misma ha demostrado que el perdón contribuye a disminuir la ansiedad, la depresión y los problemas físicos relacionados con el estrés. Pero más allá de esto, la Biblia nos muestra que quien perdona vive en armonía con Dios y con los demás.
Además, el perdón fortalece a la iglesia, ya que evita divisiones innecesarias. Cuando los hermanos en la fe se perdonan mutuamente, reflejan al mundo el carácter de Cristo y cumplen el mandato de vivir en unidad. De esta forma, el perdón no es solo un acto personal, sino un testimonio poderoso para aquellos que aún no conocen al Señor.
Conclusión
El perdón, aunque difícil, es una de las enseñanzas más claras de Jesús. Perdonar es obedecer, amar y reflejar la gracia que Dios tuvo con nosotros. Recordemos que no existe un límite para perdonar; así como Cristo nos perdonó sin condiciones, nosotros también debemos hacerlo con quienes nos rodean. El perdón trae libertad, sanidad y paz, tanto a quien lo da como a quien lo recibe.
Que el Espíritu Santo nos ayude a comprender que perdonar no es una opción, sino un mandamiento, y que cada vez que lo practicamos estamos mostrando al mundo que Cristo vive en nosotros.