Por Tu amor y sacrificio, nos postramos en honor a Ti Señor

El amor de Dios es un tema que ha inspirado a millones de personas a lo largo de la historia. Es un amor que no puede medirse con parámetros humanos, un amor eterno que trasciende toda lógica. Aunque intentemos describirlo con palabras, siempre nos quedaremos cortos, porque su profundidad es infinita. Sin embargo, este amor incomparable impacta nuestras vidas de manera personal y real. Su amor, su bondad y su misericordia son las que nos sostienen cada día. Por eso, con corazones agradecidos, debemos rendirnos delante de Él, alabarle y vivir conscientes de su grandeza.

Ese amor no se manifestó de manera superficial, sino a través de un sacrificio supremo que cambió la historia de la humanidad. Dios, en su inmensa compasión, entregó a su Hijo amado para salvarnos de la condenación eterna. Lo que merecíamos nosotros fue llevado por Jesús en la cruz. Allí, el Hijo de Dios sufrió azotes, insultos, desprecios y el peso de todos nuestros pecados. Su entrega nos abrió las puertas a la salvación y nos dio la oportunidad de ser llamados hijos de Dios. Este acto de amor es el mayor regalo que la humanidad ha recibido.

Y andad en amor, como también Cristo nos amó,
y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
Efesios 5:2

El apóstol Pablo nos exhorta a vivir en ese mismo amor que Cristo nos mostró. No se trata de un amor basado en emociones pasajeras, sino de un amor verdadero, lleno de bondad, misericordia y entrega. Jesús nos enseñó que el amor genuino va más allá de las palabras, se demuestra con acciones. Él mismo lo confirmó al dar su vida sin mirar nuestras culpas. A pesar de nuestra condición pecadora, Él no retrocedió. Oró al Padre diciendo: “Hágase tu voluntad”, y fue hasta el final por amor a nosotros.

Ese ejemplo perfecto nos llama a imitarlo. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos no es una opción, es un mandamiento. Pero no un mandamiento pesado, sino una invitación a vivir en plenitud. El verdadero amor no busca lo suyo, sino el bien de los demás. Y cuando actuamos con ese amor, reflejamos la luz de Cristo en nuestras familias, en nuestra iglesia y en el mundo. Tal como dice la Palabra: amémonos los unos a los otros, porque este es el verdadero amor.

El amor de Dios no se detiene ante nuestras debilidades. Él no miró nuestros pecados antes de entregarse, sino que decidió amar incondicionalmente. Y es ese amor el que nos transforma, nos limpia, nos restaura y nos impulsa a vivir con esperanza. Cada mañana podemos despertar sabiendo que somos amados por un Dios fiel, y cada noche podemos descansar en la seguridad de que Su misericordia se renueva.

Hermanos, adoremos cada día a nuestro Dios por ese amor tan grande. No pasemos por alto la cruz, porque en ella está la muestra más sublime del amor divino. No hay nada más grande ni más maravilloso que lo que Él hizo por nosotros. Si estamos en dificultad, recordemos ese amor. Si estamos en victoria, agradezcamos por ese amor. Si caemos, levantémonos por ese amor que nunca deja de extender su mano. Su amor es eterno y no tiene comparación.

Conclusión: No existe en el universo un amor tan grande como el de nuestro Dios. Su amor nos sostiene, nos perdona, nos transforma y nos guía. Ese amor es la razón por la cual podemos tener esperanza, paz y gozo en medio de cualquier circunstancia. Que nuestra vida sea un reflejo de gratitud, viviendo cada día en obediencia y en amor hacia los demás. Nunca olvidemos que Dios nos amó primero y que ese amor es infinito, maravilloso y eterno. A Él sea toda la gloria y honra por los siglos de los siglos. Amén.

Su gracia nos ayuda en todos los momentos malos
Habacuc capítulo I: El juicio de Dios sobre Judá