Hablar del pecado sexual no es fácil, pero es necesario. En la iglesia y fuera de ella, miles de jóvenes están librando batallas silenciosas en este terreno, y muchos no saben cómo salir de ese ciclo de caída y arrepentimiento que parece interminable. Por eso quiero detenerme en este tema, no para condenar a nadie, sino para recordar que en medio de la lucha hay esperanza en Cristo Jesús. A veces creemos que nuestro pecado es tan grande que Dios ya no nos escuchará o que Su gracia se ha agotado, pero la verdad es que en Cristo siempre hay perdón, restauración y un nuevo comienzo.
Recientemente un hermano me escribió confesando que había caído en pecado sexual y que no sabía cómo salir. Esta situación me llevó a reflexionar en la cantidad de jóvenes que, quizás sin confesarlo, están en la misma condición. Muchos terminan atrapados en depresión y culpa, creyendo que Dios los ha desechado. Pero esto no es así. La Biblia nos enseña que tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo el justo, quien intercede por nosotros y cuya sangre limpia todo pecado.
No obstante, debemos aclarar algo: el perdón de Dios no es una licencia para seguir pecando deliberadamente. No podemos pensar que está bien caer una y otra vez en el mismo pecado porque siempre habrá perdón automático. La gracia de Dios no nos llama a permanecer en pecado, sino a vivir en libertad. Como escribió Pablo: “¿Persistiremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera” (Romanos 6:1-2). Por eso debemos ver el perdón como una oportunidad de levantarnos y caminar en obediencia, no como un permiso para reincidir.
Una de las causas más comunes que nos llevan a caer repetidamente es la pérdida del gozo de la salvación. Cuando dejamos de disfrutar nuestra comunión con Dios, la vida espiritual se vuelve fría y vacía, y buscamos llenar ese vacío con lo que el mundo ofrece. David experimentó esto en carne propia: después de caer en adulterio y en asesinato, clamó a Dios con palabras de arrepentimiento profundo.
10 ¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!
11 No me eches de delante de ti y no quites de mí tu santo espíritu.
12 Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente.
Salmo 51:10-12
Estas palabras son un modelo de oración para cualquiera que lucha con pecados sexuales. Nos muestran que el camino de regreso comienza reconociendo nuestra necesidad, pidiendo a Dios un corazón limpio y suplicando que nos devuelva el gozo de la salvación. El perdón no se trata solo de ser librados de la culpa, sino de recuperar la alegría de caminar en la presencia del Señor.
Otra dificultad es la voz de la acusación. Aun cuando Dios ha perdonado, el enemigo insiste en recordarnos nuestras faltas para mantenernos paralizados. Muchos jóvenes, después de haber recibido el perdón, siguen cargando con la culpa, como si Dios no les hubiera restaurado. Recuerdo un amigo que, tras caer en pecado sexual, nunca volvió a la iglesia porque pensaba que Dios no lo perdonaría. Este es un engaño del enemigo: donde hay arrepentimiento genuino, hay gracia abundante.
1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
1 Juan 2:1-2
Este pasaje nos recuerda que el sacrificio de Jesús en la cruz es suficiente. Él no murió por algunos pecados, sino por todos. Eso incluye los pecados sexuales, que tantas veces producen vergüenza y desesperanza. El perdón ya fue provisto, y no debemos vivir como si aún estuviéramos condenados. Si nos arrepentimos y confiamos en Cristo, la deuda ha sido cancelada.
Conclusión: Querido lector, si has caído en pecado sexual, no te quedes postrado en la culpa. Levántate, pide a Dios un corazón limpio y recobra el gozo de la salvación. Recuerda que tienes un abogado en los cielos que intercede por ti, y que Su gracia no tiene límites. Pero también ten presente que el perdón no es para seguir pecando, sino para caminar en libertad y obediencia. Busca a Dios con todo tu corazón, no le des espacio al enemigo y confía en que el Señor es tu amparo y fortaleza. En Cristo hay restauración, esperanza y poder para vivir en santidad.