En los momentos de angustia, cuando sentimos que todo a nuestro alrededor se derrumba y que no hay salida, surge una pregunta profunda en el corazón: ¿a quién iremos? Y la respuesta, una y otra vez, es la misma: solo a Dios. Ningún ser humano, por más cercano que sea, puede llenar el vacío que solo el Creador puede ocupar. Ningún consejo humano puede igualar la sabiduría divina, ni ninguna mano terrenal puede sostenernos con la misma fuerza y ternura que las manos de nuestro Señor. Por eso decimos con confianza: “A quién iré, Señor, sino a Ti”.
Dios nunca nos rechaza. Cada vez que acudimos a Él con un corazón sincero, nos recibe, nos escucha y nos da descanso. Este es un privilegio maravilloso que debemos valorar: saber que el Dios eterno, el creador del cielo y de la tierra, se inclina para escuchar nuestras súplicas. Por eso debemos depositar todas nuestras cargas delante de Él, con fe y con gratitud, reconociendo que solo en su presencia encontramos paz y esperanza.
Muchas personas creen que son autosuficientes, que no necesitan de nadie, mucho menos de Dios. Piensan que con su esfuerzo, inteligencia o recursos pueden enfrentar cualquier situación. Sin embargo, tarde o temprano la vida misma les demuestra que son frágiles y limitados. La verdad es clara: sin Dios nada podemos hacer. Con Él lo tenemos todo, sin Él lo perdemos todo. La Escritura nos recuerda que separados de Cristo somos como ramas secas que no pueden dar fruto (Juan 15:5). La dependencia de Dios no es una señal de debilidad, sino la mayor muestra de sabiduría y confianza en el Todopoderoso.
2 Mi ayuda viene de Dios,
creador del cielo y de la tierra.
3 Dios jamás permitirá
que sufras daño alguno.
Dios te cuida y nunca duerme.
4 ¡Dios cuida de Israel,
y nunca duerme!
Salmos 121:2-4
Este salmo es un testimonio precioso de la confianza de David en Dios. En medio de la angustia, cuando parecía que todo estaba en su contra, David levantaba su mirada al cielo y recordaba que su ayuda no venía de ejércitos ni de riquezas, sino de Dios mismo. Este reconocimiento es poderoso: el creador del universo, aquel que hizo los cielos y la tierra, es también nuestro socorro. El Dios infinito se ocupa de nuestras necesidades diarias, cuida de nosotros y no nos deja caer.
David entendía que Dios era su principal ayuda, su refugio seguro. Cuando sus enemigos se levantaban contra él, no se apoyaba en su fuerza ni en su astucia, sino en la protección de Dios. Y así como Dios lo socorría a él, también nos socorre a nosotros. Cada vez que clamamos en momentos de dificultad, el Señor responde con misericordia y nos fortalece. Su cuidado es constante, su atención no se interrumpe, porque como dice el salmo, “nunca duerme”.
Por eso, cada día debemos reconocer que solo hay un Dios soberano que vela por nosotros. A Él debemos dar gracias continuamente, porque su gracia nos sostiene en medio de las pruebas, su bondad nos levanta cuando caemos y su amor nos guarda de todo mal. No hay nada que escape a su control, y eso debe llenar nuestro corazón de confianza. El Señor es nuestro guardián eterno, y en Él podemos descansar seguros.
Recordemos siempre las palabras de este salmo, que nos aseguran que nuestro Dios está atento a cada detalle de nuestras vidas. Él no se distrae, no se olvida, no abandona. Es un Padre vigilante y amoroso que protege a sus hijos en todo momento. No importa la hora del día o la profundidad de la noche, su cuidado permanece firme. Podemos dormir tranquilos sabiendo que el guardián de Israel, el mismo Dios que nunca duerme, vela también por nosotros.
Conclusión: No hay a quién más acudir que a nuestro Señor. Él es nuestra ayuda constante, nuestro refugio y nuestra fortaleza. En momentos de angustia o alegría, de debilidad o fortaleza, debemos correr hacia su presencia, porque allí encontramos seguridad. Que cada día podamos levantar nuestra voz y decir: “Mi ayuda viene de Jehová, creador del cielo y de la tierra”. Que esta verdad nos sostenga siempre y que nunca olvidemos que Dios, nuestro guardián fiel, cuida de nosotros sin descanso.