Vivimos en un mundo cargado de incertidumbre. Cada día los titulares nos muestran tragedias: terremotos, huracanes, inundaciones, enfermedades, crisis políticas y un nivel de corrupción tan alto que parece no tener límites. Todo esto produce miedo y ansiedad en millones de personas que se sienten sin dirección ni esperanza. Sin embargo, en medio de este panorama oscuro, los hijos de Dios estamos llamados a confiar en nuestro Señor más que nunca. La fe no significa ignorar la realidad, sino aprender a mirarla desde la perspectiva divina, con la certeza de que, aunque el mundo se tambalee, el amor de Dios permanece firme y eterno.
El profeta Jeremías expresó palabras de aliento que hoy siguen siendo tan actuales como cuando fueron escritas:
7 Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
8 Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.
Jeremías 17:7-8
Esta metáfora del árbol plantado junto a las aguas es poderosa. Jeremías nos invita a visualizar un árbol con raíces profundas, que no depende de las lluvias pasajeras ni de las circunstancias externas, sino de una fuente constante de vida. Así es el hombre y la mujer que confían en el Señor. Su estabilidad no se basa en la economía, en la política o en las circunstancias del mundo, sino en la fidelidad inmutable de Dios. Aun cuando llegue la sequía espiritual, emocional o material, permanecerán firmes, verdes y fructíferos.
Hoy más que nunca debemos recordar que las Escrituras ya nos advertían que estos tiempos difíciles llegarían. Jesús mismo habló de guerras, rumores de guerras, hambre, pestes y terremotos como señales del fin. Pero también nos enseñó a no temer, porque Él estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Es cierto que sentimos miedo al ver tantas cosas suceder, pero el verdadero desafío es no permitir que ese miedo nos paralice. La diferencia entre el creyente y el incrédulo es que, mientras el mundo se desespera, el pueblo de Dios se refugia bajo la sombra del Altísimo.
Amado lector, en este tiempo de incertidumbre es necesario levantar la mirada hacia Cristo, nuestra Roca eterna. Cuando nuestra fe está fundamentada en Él, ninguna tormenta puede derribarnos. Puede soplar el viento, puede subir la marea, pero si nuestra vida está cimentada sobre la roca firme que es Jesucristo, permaneceremos en pie. Tal como dice el evangelio, aquel que escucha sus palabras y las pone en práctica es como el hombre prudente que edificó su casa sobre la roca, y aunque vinieron lluvias y ríos, la casa no cayó porque estaba bien fundada.
Confiar en Dios en medio del caos no es una opción secundaria, es una necesidad vital. Cada oración, cada versículo leído, cada alabanza entonada nos conecta con esa fuente inagotable de paz. Y aunque la maldad se multiplique, aunque la economía se desplome, aunque la aceptación del mundo nos sea negada, seguimos confiando en el Dios de nuestra salvación. Nuestra esperanza no está en los sistemas humanos, sino en Aquel que gobierna el universo y sostiene todo con la palabra de su poder.
Conclusión: En medio de desastres naturales, corrupción y miedo, Dios sigue siendo nuestro refugio seguro. Jeremías nos recuerda que la bendición recae sobre los que confían plenamente en el Señor, porque son como árboles junto a corrientes de agua que nunca dejan de dar fruto. Que estas palabras fortalezcan tu fe: aunque el mundo cambie, Dios permanece fiel. No pongas tu confianza en lo que perece, ponla en Cristo, que es eterno. Y recuerda siempre: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente».